19 sept. 2025

La honestidad crea confianza

Mons. Ignacio Gogorza (*)
Si hay algo que me lastima y me hace añorar el pasado es la desconfianza que existe entre las personas y en la mayoría de los ámbitos sociales e incluso familiares. La palabra ya no tiene valor, pues se niega con mucha facilidad lo que se afirmó antes. Incluso, se falsifican con tanta facilidad los escritos que actualmente el sentimiento dominante es la desconfianza.
¡Qué difícil y desagradable se hace la vida así! Nos hemos convertido en guardianes de nuestros bienes e intereses legítimos para no caer en las fauces del lobo que desea devorarnos. Es el fruto de la idolatría de la ambición del tener sin mirar la modalidad y el daño que podemos causar. Esta ambición del tener nos convierte en insensibles e indiferentes al dolor ajeno con tal de satisfacer lo que ambicionamos.
Surge así la deshonestidad como algo normal y, por ende, la corrupción que corroe las conciencias y las instituciones.
Frente a esta realidad me parece importante reflexionar sobre la necesidad de la honestidad si queremos cambiar el rumbo de nuestra historia. De lo contrario, continuaremos lamentándonos de los fraudes, robos, engaños, actos violentos, etc., que diariamente presenciamos o quizás hayamos sufrido alguna vez.
Digo esto porque conocí años y tiempos que primaba la confianza entre las personas y convivíamos tranquilos con un espíritu acogedor y solidario. Se cometían también hechos violentos y fraudes, pero eran esporádicos porque había más honestidad.
Efectivamente, ser honesto es ser real, genuino, auténtico, de buena fe. Ser deshonesto es ser falso, engañoso, ficticio. La honestidad expresa respeto por uno mismo y por los demás. La deshonestidad tiene la vida de apertura, confianza y sinceridad, y expresa la disposición de vivir a la luz. La deshonestidad busca la sombra, el encubrimiento, el ocultamiento. Es una disposición a vivir en la oscuridad.
La honestidad no solo en la franqueza, la capacidad de decir la verdad, sino en la honestidad del trabajo honesto por una paga honesta. Es la honestidad que buscaba el profeta Jeremías: "¡Recorre las calles de Jerusalén, mira en derredor y observa! Busca en las plazas y encuentra una sola persona que actúa justamente y busque la verdad”.
Por eso, la hipocresía de la multitud es una de las formas más comunes de la deshonestidad. Así nos enseña Jesús en el episodio de la mujer adúltera. Todos la condenaban según enseñaba la ley. Cuando escucharon a Jesús decir: “Aquel de entre vosotros que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”, se marcharon todos. Solamente quedó Jesús.
¿Cómo se cultiva la honestidad? Como la mayoría de las virtudes, cuanto más se ejercita, más se convierte en una disposición afincada. Pero hay una respuesta rápida que se puede dar en tres palabras: tomarla en serio. Se debe reconocer que la honestidad es una condición fundamental para las relaciones humanas, para la amistad, para la auténtica vida comunitaria. Pero se debe tomar en serio por sí misma, no como la política más conveniente.
Si la vivimos de esta manera, seremos creadores de una sociedad en donde reine la confianza y todo cambiará.

(*) Obispo de Encarnación