En un día como, hoy Jueves Santo, quiero dar un testimonio público de lo que es mi mayor convencimiento.
Jesús no puede pensar en Dios sin pensar en su proyecto de humanizar la vida. No separa nunca a Dios de su Reino. No lo concibe encerrado, aislado de los problemas de las gentes. Repito: Siente a Dios comprometido en humanizar la vida.
Por eso, el lugar privilegiado para encontrar a Dios es allí donde se va haciendo realidad la justicia entre los seres humanos.
Jesús capta a Dios en medio de la vida como presencia acogedora para los excluidos, como fuerza de curación para los enfermos, como perdón gratuito para los culpables, como esperanza para los aplastados de la vida.
Ese Dios es el Dios del cambio. Su Reino es una poderosa fuerza de transformación. Su presencia entre los hombres es una fuerza incitadora, provocativa.
Dios no es una fuerza conservadora sino de cambio. No nos anima a quedarnos pasivos. Sino a todo lo contrario. Dios tiene un gran proyecto. Hay que construir una tierra nueva. Hay que ir construyendo una vida humana, comenzando por aquellos para quienes la vida no es humana.
Dios quiere que rían los que lloran, que coman los que tienen hambre.
A Dios le interesan el bienestar, la salud, la convivencia, la paz, la felicidad.
Pero, a mi alrededor, los niños tienen hambre, los hombres carecen de trabajo, las mujeres son maltratadas y vendidas como objetos, los pobres discriminados, los ciudadanos engañados por politiqueros corruptos.
Con esta fe, y mi humanidad, reacciono, con alegría y esperanza: "¡Cuánto trabajo tenemos!”.
Y, como me dice la canción, “allí donde me dicen que todo está perdido, yo voy a ofrecer mi corazón”.
En este compromiso nos encontramos todos: creyentes y no creyentes, blancos y negros, universitarios y analfabetos.
Y todos unidos seguimos caminando...