En lo que atañe a la educación –entendida no solamente como lo referido a las instituciones de enseñanza formales sino también a todo lo que en el hogar y otros ámbitos implique un proceso de aprendizaje para adecuarse a las exigencias de la vida–, un eslabón que se ha ido debilitando apresuradamente en las últimas décadas es el de los padres como protagonistas de la formación de sus hijos.
El cambio de paradigmas ha modificado las tradicionales formas de relacionamiento intrafamiliar.
Debido al ritmo de vida actual, las familias comparten menos tiempo y los vínculos familiares se debilitan; y así niños y jóvenes sufren el impacto de este nuevo modo de encarar la existencia al no encontrar ya en la casa los soportes necesarios para fortalecer la formación personal.
Paralelamente, se ha ido sobredimensionando el rol de escuelas y colegios al dejar casi exclusivamente la educación en su campo. Y bien se sabe que la institución encargada de impartir la enseñanza formal está en crisis porque no responde a los requerimientos del presente y no ofrece la formación académica de calidad que se espera de ellos. Son demasiado conocidas las carencias, tanto materiales como de recursos humanos, que afectan gravemente a la educación en el Paraguay. Décadas y décadas ya se han perdido y es hoy cuando más se vuelve evidente la imperiosa necesidad de realizar reformas profundas.
Viendo esta situación, con muy buen criterio, el Ministerio de Educación y Ciencias (MEC), en el marco del proceso de construcción del proyecto de transformación educativa, ha convocado a los padres para discutir acerca de los roles que competen a cada instancia y qué planes se pueden implementar para superar el divorcio que hoy existe entre la escuela y los padres de familia.
Un aspecto de la educación que tiene que replantearse y reelaborarse es el concepto de comunidad educativa que integra a todos los actores intervinientes en el proceso de enseñanza-aprendizaje, incluyendo a los padres.
Esa inclusión debe dejar de ser tal como funciona actualmente: algo meramente formal, sin un papel protagónico y sin la conciencia de que constituyen un complemento imprescindible para alcanzar el propósito de lo que se llama educación integral. La interrelación de los dos estamentos, en torno a los alumnos, tiene que estar planificada de tal modo a obtener los resultados esperados.
No puede quedar librado a la improvisación y al voluntarismo. Mucho menos a la escasa participación de los que tienen la obligación de acompañar a sus hijos.
Por la cada vez mayor complejidad del entramado social, no será tarea fácil lograr una armonía entre las aulas y los hogares de tal modo que el beneficiario sea el estudiante. Por eso, en el cambio que se proyecta debe buscarse la forma más adecuada y práctica para conseguir que las dos partes coincidan en su finalidad y tengan a disposición los medios para lograr que niños y jóvenes reciban una educación de calidad.