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Por José Bergues. De tanto en tanto sorprende gratamente leer en medios de comunicación que emprendimientos nacionales celebran de 25 a 50 o más años de existencia, en que los fundadores y sucesores relatan básicamente la constancia que ha demandado el hacer sustentable la actividad escogida.
Por ejemplo, en el campo de la salud, en décadas anteriores las personas debían trasladarse al exterior para un buen tratamiento oftalmológico o dental, o para delicadas intervenciones quirúrgicas; ya en el presente la mayor parte de cuidados de salud se brindan con destacada calidad en el país.
Es más, a través de los premios anuales de ADEC, iniciados hace más de década y media, pudimos constatar en un caso en particular, cómo enfermos de distintas dolencias de provincias argentinas cercanas se trasladaban al Paraguay para recibir tratamiento confiable.
Estas referencias me llevaron a reflexionar sobre los efectos de la CONSTANCIA en la vida de los seres humanos, y sorprendernos al comprobar en nuestro pasado cómo hemos superado obstáculos aparentemente insalvables, para llegar a la posición que actualmente ocupamos.
El diccionario define a la constancia como la firmeza y perseverancia de ánimo en las resoluciones y en los propósitos. Es la virtud con la cual conquistamos las metas que nos proponemos y sin ella un trabajo serio es imposible y son dudosas las posibilidades de éxito.
La constancia es necesaria para formar virtudes, para crecer en el campo humano, espiritual, intelectual, social, económico, etc. Quien es constante tiene facilidad para triunfar porque se habitúa al esfuerzo diario que implica esta virtud, dispuesto a vencer las dificultades e inclusive vencerse a sí mismo.
Lo que constituye a una persona virtuosa es el trabajo constante y paciente, de momento a momento, como cuando se coloca un ladrillo y otro ladrillo hasta levantar una catedral. No debemos desanimarnos por las dificultades y tropiezos, porque son normales y en ocasiones difíciles de evitar.
Es conocida la anécdota sucedida con Edison, inventor de la bombilla eléctrica, quien ante consultas sobre su constancia para persistir y lograr éxito, respondió “ahora conozco por lo menos 1.000 formas de no construir una bombilla eléctrica”.
Si caemos mil veces, mil veces tenemos que levantarnos. Mantenernos en la lucha es ya una victoria, porque con ella fortalecemos nuestra voluntad y templamos nuestro carácter para resistir los embates de la vida diaria.
Para forjar esta virtud de la constancia son necesarios varios pasos: primero debemos tener metas claras y medios para alcanzarlas. La meta nos estimulará y otorgará sentido a nuestra constancia. El segundo paso es renovar cada día nuestro propósito para que esté siempre presente y para no perder el sentido del por qué nos encontramos en el proyecto. Al iniciar el día o cuando se presenten las dificultades, si recordamos nuestra meta, tendremos motivación para no desfallecer y seguir con el ritmo logrado hasta el momento.
Y como último paso, es indispensable levantarnos de caídas en el intento. De los tropiezos se aprende y se madura. El poeta italiano Arturo Graf dijo: “La constancia es la virtud por la que todas la demás dan su fruto”. Si trabajamos esta virtud y con la gracia de Dios, podremos estar seguros de conseguir tantas otras virtudes para ser mejores personas y para alcanzar las metas propuestas.