“¿Cómo va tu enfermita internada?”, le pregunto a una amiga que está apoyando a una enferma de Covid-19 internada en la unidad de cuidados intensivos”. “Delicada”, me dice y comentando los entretelones de sus vaivenes en el hospital, afirma con cierta picardía: “Menos mal que con los otros parientes de enfermos internados ya formamos, ¡la comunidad del Atracurio!” No puedo evitar una sonrisa por el nombre de lo que resultó ser un medicamento que produce la relajación de los músculos voluntarios, lo cual facilita algunas intervenciones médicas, como la intubación endotraqueal que necesitan ciertos pacientes con problemas respiratorios graves.
Apenas corto la llamada y me llegan mensajes de amigos de diferentes grupos que están organizando hamburgueseadas, polladas y pizzeadas para diferentes familias con miembros afectados por la plaga esta.
Me quedo pensando en toda la situación que hay detrás de cada paciente y una vez más la realidad misma se sale al paso de todo eso que las estadísticas o informes de estos tiempos protocolares no pueden reflejar, pero existen y para bien.
Es la comunidad de la gente que podemos llamar ciudadano común, que no desata escándalos ruidosos ni polémica, que está fuera de cámara, por decirlo así. Son esas personas de costumbres sencillas, amigueras, con personalidad pero sin ínfulas, que muchas veces la política ignora e incluso el relato histórico de este tiempo ignora y conste que son los votantes mayoritarios y son los consumidores de relatos, por excelencia.
¿Qué haríamos para sobrellevar este tiempo sin todo ese ejército de “María de los Ángeles” y “Pedro Alcántara de Jesús” que se convierten en el barrio, en la escuela, en la parroquia, en el club en esos “Ña Mami” o “don Pacú” tan serviciales y solidarios?
¿Qué sería de este tiempo y de todos los tiempos donde, según decía Quino, “humano se nace”, sin esos parientes y amigos que hacen el aguante, que entregan tiempo, plata, energía, expresiones de ánimo, consejos, oraciones y todo tipo de ayudas, empezando por esa cercanía que hace llevadera no solo esta pandemia argel y prolongada, sino toda vida que podamos considerar verdaderamente humana?
En este punto creo que Paraguay lleva la delantera y, si fuéramos más conscientes de ello, sería un tema serio a profundizar. Pues no se trata de pura retórica o de una nostalgia de una actitud ya descartada, la solidaridad y ese sentido de pertenencia persisten, a pesar de los pesares.
Tiene raíces profundas y se actualiza en sus modos, en su lenguaje, pero es reconocible y valorable como parte de nuestra herencia cultural. Superar las diferencias en los momentos críticos o usarlas para bien, y hacer grupo, hacer equipo, sobre todo cuando las papas queman o el peligro se ve inminente es una obligación moral, pero también un gusto. Se convierte en anécdota luego de que pasa la contingencia y no falta el folclore que convierte en patrimonio esta vivencia común.
Sé que para los amantes del protocolismo y el control exasperante puede resultar incómodo y hasta grosero depender en algún momento de la mano y el hombro amigo más que de las propias fuerzas. Se nos está metiendo en la cabeza desde un paradigma materialista que nos valemos solos y que la confianza es cosa de tontos. No digo que en la comunidad del Atracurio no se vean defectos o no se pasen dificultades que desafían la razón y los sentimientos, digo que no podemos negar lo que existe y es bueno, aún en medio de las crisis.
Como el Atracurio no niega la enfermedad, pero ayuda como medicamento para hacer llevadero el tratamiento, la comunidad de los ciudadanos comunes, siempre será mejor sustento que el individualismo exagerado o la masa manipulada, porque en ella todos tenemos un nombre, un lugar y una tarea, al menos es así para la gente que hace y sostiene la verdadera historia y a los verdaderos héroes.