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La emblemática casa en donde Jenaro Pindú plasmó gran parte de sus geniales proyectos y que deseaba utilizar como centro cultural y espacio dedicado a la exposición de arte, va tomando forma a 22 años del fallecimiento del que fuera uno de los creadores más prolíficos y originales que tuvo el país.
La Casa Pindú, como se la conoce popularmente, está ubicada en R.I. 6 Boquerón y José de la Cruz Ayala, y se encontraba abandonada desde hacía años. En la actualidad acoge la exposición de Félix Toranzos, que se realiza en el marco de la I Bienal Internacional de Asunción (BIA), Grito de Libertad, Sasõ Sapukái.
En el lugar, el arte no solo esta presente en los cuadros y esculturas, sino también en las paredes, escaleras e ingeniosos diseños. Cada espacio tiene un sello artístico ineludible y ahora está abierto al público, que puede visitar sus salones de lunes a viernes de 15.00 a 19.00 y los fines de semana de 15.00 a 20.00, hasta el 31 de este mes.
Las obras expuestas pertenecen al acervo del Centro de Artes Visuales Museo del Barro, al artista y a colecciones privadas. “Es una satisfacción muy grande poder exponer aquí”, destaca Toranzos, quien pensó en sus mejores obras para exhibirlas en la casa. “La sorpresa de todo esto es cómo una obra encaja tan bien en un lugar (...), mucha gente me pregunta si yo intervine en la casa porque muchas cosas tienen detalles de lo que se reproduce en mi obra”, dice entusiasmado el artista y rememora que cuando fue a recorrer el espacio se fijó primeramente en la cuestión de la ruina. “Esa es la historia primigenia de este espacio, porque él (Pindú) construyó este espacio como una ruina, quería vivir en un castillo en ruina”.
Luego de varios años de litigio judicial, la Casa Pindú tiene nuevo dueño. Se trata de la familia Toyotoshi, que quiere habilitarla como centro cultural y colaborar así al cumplimiento del sueño del artista. Toranzos tiene a su cargo la coordinación de los trabajos de conservación, restauración y proyección de la casa.
Actualmente, con el arquitecto que estará a cargo de la obra, así como amigos de Jenaro y otros profesionales que trabajaron con él, realiza “un ejercicio de memorabilia de cómo era la casa. Busca fotos en el intento de “replicar con fidelidad el sueño de Jenaro”, destaca Toranzos, quien trabaja con los planos y dibujos originales del recinto. “Estamos haciendo la clínica sobre lo que ya está puesto en su lugar con los chicos de inventario de Patrimonio Cultural (...). Jenaro no vivió acá, esta era una especie de laboratorio, era su juguete, un día se levantaba y echaba paredes, otro día construía”, revela el artista.
La casona, que empezó a construirse en 1974, es imponente desde las murallas revestidas con piedras hasta el último detalle, que contempla incluso una rampa que hace de puente levadizo.
La casa se concibió como un castillo en ruina y eso se aprecia en las “paredes con esas texturas, ménsulas sin terminar, escaleras que van a torres, que no se sabe a dónde van”.
“La idea de Pindú era crear un espacio cultural de exposiciones, un centro de convergencia de nuevos y viejos artistas, y dejarlo como legado”, dice Toranzos, al tiempo de agregar que “la memoria de Jenaro va a tener una protección con esto, el deseo de los propietarios es que esto se conserve”.