Por Alberto Acosta Garbarino Presidente de Desarrollo en Democracia
Una frase muy utilizada en este momento es “que el nuevo problema del Paraguay es pasar de la administración de la escasez a la administración de la abundancia”.
Es importante zambullirnos en el análisis de dicha frase, porque las palabras algunas veces son engañosas, lo cual nos lleva a pensamientos equivocados y consecuentemente a decisiones desacertadas.
A la palabra “abundancia” generalmente la asociamos con el concepto de prosperidad, riqueza y bienestar, con lo cual decir “administrar la abundancia” nos puede hacer pensar, equivocadamente, en “administrar la riqueza”.
Si vamos al origen etimológico de la palabra “abundancia”, la misma proviene del latín “abundo”, que significa “valle que es desbordado o rebozado por las aguas de un río”.
Bajo este concepto “administrar la abundancia” significa administrar el exceso, aquello que supera nuestra capacidad de recibir.
Debemos recordar que en la vida nada es bueno ni malo en sí mismo. Todo depende de la dosis correcta, y por lo tanto la abundancia es tan mala como la escasez.
Tomando como ejemplo el agua, la escasez del desierto puede matarnos de sed y la abundancia del tsunami puede matarnos ahogados.
Lo mismo ocurre en la economía, donde la escasez de inversión genera hambre y pobreza, mientras que el exceso de inversión genera burbujas económicas que llevan al sobreendeudamiento y a la quiebra.
En toda su vida como nación independiente, el Paraguay ha enfrentado el problema de la escasez, especialmente la escasez de flujos de capitales y de inversión.
Esto nos convirtió en uno de los países de menor desarrollo de la región, pero aquí tenemos que recordar las palabras del Gurú de la Administración Peter Drucker, que decía: “Los países subdesarrollados son en esencia países subadministrados”.
Como la administración es la ciencia de planificar, organizar y controlar, podemos afirmar que el Paraguay en el pasado no recibía flujos de inversión por la escasez de planes bien elaborados, por la escasez de instituciones y personas adecuadas para la implementación de dichos planes y por la corrupción y falta de control en la ejecución de los mismos.
Pero hoy, el escenario mundial ha cambiado radicalmente y sin que nosotros nos desempeñemos como para merecerlos, los flujos de capitales llegan masivamente a América Latina, debido al desarrollo del Asia, que demanda nuestros commodities y a las bajísimas tasas de interés en Estados Unidos.
Esta es la abundancia. Este flujo puede ser como un río torrentoso llegando a un valle donde reina la escasez de recursos humanos capacitados, de instituciones sólidas y de empresas competitivas.
Esta abundancia puede hacer desplomar el dólar, destruir el incipiente proceso de industrialización, fomentar el consumo descontrolado de productos importados y generar burbujas económicas, que cuando los vientos favorables cambien de dirección, llevarán a la quiebra a miles de empresas y de personas.
Siguiendo con la metáfora del agua, la administración significa ponerle diques de contención para que no todo lo que quiera venir venga. Significa construir canales para irrigar las tierras que “nosotros queremos” que sean irrigadas, y ponerles compuertas que eviten que los flujos que entraron masivamente, también se vayan masivamente.
No se puede dejar que solo el mercado solucione el problema. Se ha demostrado, con la crisis del 2008, que el mercado tiene enormes imperfecciones.
Aquí se requiere de pragmatismo y de una Política de Estado con mayúsculas, donde el Banco Central tiene que hacer su parte, pero el Ministerio de Hacienda debe cumplir también su rol correspondiente.
La buena administración es buscar la dosis justa, porque ni la escasez ni la abundancia son buenas.