24 abr. 2024

Iris: La más brillante mujer del Reino Unido

Blas Brítez

En 1995, el entorno cercano de Iris Murdoch (1919-1999) notó que algo malo sucedía con su cerebro. Acababa de publicar Jackson’s Dilemma que, como otras novelas de la escritora nacida en Dublín, no tiene traducción castellana, algo que ciertos escritores hispanoamericanos encuentran deplorable, como es natural. Un día su marido, John Bayley, le preguntó cuándo escribiría su próximo libro. “No creo que haya otro”, respondió, sin atisbo de conmiseración consigo misma. En efecto, fue el último. Era consciente de las hondonadas oscuras de su memoria, pero no sabía todavía que el alzheimer había comenzado la degeneración neuronal que un 8 de febrero de hace veinte años le quitaría la vida. John la cuidó todos los días de su enfermedad, hasta el último de sus cuarenta y dos años de casados. Antes de morir, Iris donó su cerebro a la ciencia.

En 2004, un grupo de neurocientíficos divulgó un estudio en el que, luego de analizar tres obras de diferentes etapas de su carrera literaria, determinaban que en la última había disminuido su vocabulario y utilizado palabras repetitivas y comunes, entre otros hallazgos que han contribuido al mejor conocimiento de la devastadora afección.

Formada académicamente en filosofía, Murdoch comenzó a escribir y a publicar relativamente tarde, a los 34 años. En su primer libro, Sartre: un racionalista romántico, llegó a afirmar que el escritor francés era incapaz de escribir una novela como la gente. Ella (que sabía de novelas, sobre todo de los clásicos ingleses, franceses y rusos del siglo XIX) no adolecía de esa incapacidad. Su entrada en el género le dio un prestigio incesante durante la posguerra. Bajo la red (1954) tiene una mordacidad y una penetración filosófica que eleva el vagabundeo de su protagonista por una Londres pletórica de personajes fascinantes, a la existencia búsqueda de un hogar inalcanzable que es al mismo tiempo la escritura de un aprendiz de novelista. Este tipo de personajes ilustrados, a veces escasamente empáticos y siempre algo siniestros, abundan en sus historias. De hecho, se ha escrito con acerada inquina sobre el supuesto elitismo del mundo descrito en sus obras, que sería emanación del ámbito social de la propia autora, recluida en la comodidad burguesa de Oxford. Sin embargo, también se ha escrito sobre la complejidad humana de lo murdochiano, un adjetivo que es de uso común entre lectores y escritores de habla inglesa cuando se a punta a la culpa, a la traición y a los enredos eróticos más inusuales.

En 1978 publico otra de sus veintisiete novelas, El mar, el mar. Aquí hay otro elemento que aflora ciertamente en algunas de sus obras, acaso una herencia gótica de Henry James: lo sobrenatural. Un tiránico director de teatro se aísla para encontrar en él mismo una manera de arrepentirse de su propio egoísmo. Pero no está solo: además de toparse con un viejo y obsesivo amor, la casa que habita frente al mar está embrujada.

Su viudo escribió un par de libros de memorias sobre su relación con la escritora. Esos textos resultaron la base de una película que se rodó dos años después de la muerte de quienes muchos consideraban “la mujer más brillante del Reino Unido”. Titulada simplemente Iris (2001), contó con las actuaciones magníficas de Judi Dench como la escritora que le pelea con el Alzheimer, y Kate Winslet como la joven y brillante mujer que se enamora de Bayley, quien, por supuesto, escribió el guion.

Hace años un columnista de estas páginas que navega entre la filosofía y la literatura, Sergio Cáceres Mercado, me presentó a Iris Murdoch, quien se ha vuelto inolvidable.

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