17 jun. 2024

Irán en la encrucijada

La muerte del presidente iraní tiene potenciales consecuencias nacionales y regionales. El régimen teocrático puede experimentar una profundización de la dictadura o un proceso de liberalización con gran incertidumbre.

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Los iraníes llevan el ataúd del difunto presidente Ebrahim Raisi en el santuario del Imam Reza durante la ceremonia fúnebre en la ciudad de Mashhad.

AFP

Jorge Daniel Codas Thompson
Analista de política internacional

El domingo pasado, el presidente de Irán, Ebrahim Raisi, falleció junto con otras altas autoridades del país al caer el helicóptero en el que viajaban al volver de la región de Irán fronteriza con Azerbaiyán, provocando una significativa incertidumbre sobre el devenir del país en un momento sumamente complejo para la teocracia iraní.

El hecho de que el helicóptero fuera una antigua aeronave de la década de 1970 y que la tripulación haya decidido volar con una intensa neblina ha dado qué hablar respecto a las circunstancias del accidente. Sin embargo, más allá de estos detalles, el fallecimiento de Raisi ha provocado la activación de los mecanismos constitucionales de reemplazo de la autoridad y la consiguiente convocatoria a elecciones en los siguientes cincuenta días, durante los cuales el cargo será ocupado por el primer vicepresidente del país, Mohammad Mokhber. Para el año 2025, se realizarán los comicios según lo establecido en la Constitución, siendo aún una interrogante quiénes podrán competir. En el intricado sistema dictatorial iraní, los candidatos son vetados por el Consejo de Guardianes, que se encargan de asegurarse que solo aquellos candidatos considerados “aceptables”, puedan presentarse a elecciones.

Raisi deja atrás un cuestionable legado, habiendo sido electo en unos comicios en 2021 considerados fraudulentos, incluso para los estándares de la teocracia iraní. Entre otros controvertidos resultados, la economía de Irán ha estado experimentado una severa recesión, con alta inflación y el desplome del rial, la moneda de Irán, en un 55%. Estos resultados han ocurrido como consecuencia del nombramiento de funcionarios ultraconservadores en lugar de técnicos. La herencia que deja Raisi en lo político, social e internacional es asimismo muy polémica. Su política doméstica y social se caracterizó por la rigidez y represión a aquellos ciudadanos que no estuvieran de acuerdo con su visión ultraconservadora del Islam. Un elocuente ejemplo lo constituyen las protestas por el fallecimiento en 2022 de Mahsa Amini, la joven detenida por la llamada Policía Moral por supuestamente no usar correctamente el hijab (velo), y la violenta represión.

Raisi no era para ese momento ajeno a las políticas de dura represión hacia la población iraní. En 1988, formó parte del comité judicial que ordenó la ejecución por ahorcamiento de unos 5.000 opositores al régimen. Fue acusado en su momento de crímenes contra la humanidad por Naciones Unidas.

En el plano exterior, la política de Raisi se cimentó sobre la confrontación regional con Estados Unidos, luego de que Estados Unidos se retirara del acuerdo del Plan de Acción Integral Conjunto, un acuerdo internacional sobre el programa nuclear de Irán firmado en Viena el 14 de julio de 2015 entre Irán, los P5+1 (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –China, Francia, Rusia, Reino Unido, Estados Unidos– más Alemania, y la Unión Europea). Su antecesor Hassan Rouhani, quien había derrotado electoralmente a Raisi en 2017, había liderado una política de distensión con las potencias occidentales, que Raisi se encargó de sabotear al acceder al poder.

Con formación en derecho islámico, Raisi tuvo una dilatada experiencia en el sistema jurídico de Irán, incluyendo cargos de juez, fiscal general y presidente de la Corte Suprema de Justicia, estos últimos dos cargos nombrados directamente por el Líder Supremo, Ayatolá Ali Khamenei. Considerado por muchos funcionarios y expertos como uno de los dos posibles candidatos para suceder al anciano Líder Supremo (el otro candidato es el propio hijo de Khamenei), durante su mandato Irán aceleró el enriquecimiento de uranio e intensificó la guerra en las sombras con Israel a través de sus entidades subsidiarias.

La muerte de Raisi deja varios interrogantes respecto a la política de Irán. El Líder Supremo Khamenei siempre se había ufanado de la legitimidad democrática de los gobiernos de Irán, con participaciones electorales superiores a 70%. Sin embargo, en las controversiales elecciones en las que Raisi salió electo, solamente votó el 48% del padrón electoral, y en las elecciones especiales locales de Teherán, solamente votó el 8%. Dado que los candidatos a presidente son seleccionados por el Consejo de Guardianes, un grupo de clérigos y juristas (a su vez, nombrados indirectamente por el Líder Supremo), la necesidad de mayor participación electoral podría significar la aprobación de candidatos más reformistas.

Varios expertos plantean que, independientemente de quién reemplace a Raisi, es poco probable que cambie la política que implementó, ya que la misma se ha consolidado en los más altos niveles de la política y el clero de Irán, sobre todo en materia de política exterior. La teocracia iraní parece muy satisfecha con los eventos que se sucedieron al ataque de Hamás a Israel el pasado 7 de octubre, y los enfrentamientos que ha tenido con Israel y Estados Unidos, tanto de forma directa con Israel, como por su confrontación indirecta a través de sus entidades terroristas subsidiarias, sobre todo Hamás, Hezbollah y los Hutíes de Yemen. Raisi también apoyó a Rusia en su guerra contra Ucrania, proveyéndole municiones de artillería y drones suicidas.

Sin embargo, la posibilidad de cambios políticos substanciales no se puede descartar, al no haber un claro heredero al puesto dejado por Raisi. El Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), las fuerzas armadas de élite iraníes, que controlan importantes sectores de la economía del país y dirigen la proyección del poder militar iraní hacia la región, podrían aprovechar la incertidumbre política para fortalecer su posición. Esto podría significar la toma del poder de la Guardia Islámica por medios pacíficos, con potenciales cambios en lo doméstico y exterior. Este escenario implicaría posiblemente más moderación en lo político-religioso y un manejo técnico de la economía, pero muy probablemente significaría una posición más dura respecto a Israel y otros potenciales rivales en la región, especialmente Arabia Saudita.

De todos modos, la muerte de Raisi puede tener consecuencias más profundas, al dejar el camino libre a Motjaba Khamenei para reemplazar a su ya anciano padre como Líder Supremo. Posiblemente, la trayectoria más lógica para Irán ahora sea que se instale un nuevo presidente leal a los militares nacionalistas de línea más dura, que respaldan al régimen liderado por el Líder Supremo, y que Mojtaba Khamenei suceda a su padre. Carente de apoyo popular o de soporte de facciones religiosas y militares poderosas, Mojtaba estaría en deuda con esos partidarios de la línea dura. Excluido Irán de los mercados globales y acosado por las sanciones de Estados Unidos, el proceso de descomposición política, económica y social se incrementaría. Aún más, el ascenso de Mojtaba Khamenei al rol de Líder Suremo implicaría que una revolución que surgió para deponer a una dictadura, se convertiría en una teocracia hereditaria. Este fenómeno provocaría tanto la creciente insatisfacción del pueblo iraní con su gobierno, como las luchas entre facciones del poder político, económico y militar. Como consecuencia, podría verse a un Irán más inestable, represivo, impredecible y beligerante, con graves potenciales consecuencias para los ciudadanos iraníes y para el Medio Oriente.

Empero, existe otra posibilidad. Mojtaba Khamenei, un admirador de las reformas del príncipe heredero Mohammed bin Salman Al Saud de Arabia Saudita, podría intentar implementar un proceso de liberalización política y económica, así como una relajación de la represión por motivos religiosos. Asimismo, podría intentar un acercamiento a sus dos rivales principales, Israel y Estados Unidos, contribuyendo significativamente a la paz y estabilidad de la región. Un paquete reformador como éste podría conseguirle gran legitimidad y apoyo popular al régimen iraní. Sin embargo, en un país con una dilatada lucha contra la dictadura, la liberalización podría traer aparejada un peligroso aumento de los reclamos del pueblo iraní, que podrían conducir a un nuevo período de represión.

La manera en que el pueblo reaccione a tal represión podría, irónicamente, arriesgar la existencia del régimen. De todos modos, y siguiendo a los académicos Steven Levitsky y Lucan A. Way, la teocracia iraní, como régimen revolucionario, tiene mayores chances de sobrevivir a un intento de cambio político violento. Los regímenes revolucionarios son aquellos que surgen de una lucha sostenida, ideológica y violenta desde abajo, y cuyo establecimiento va acompañado de una movilización masiva y esfuerzos significativos para transformar las estructuras estatales y el orden social existente. Los autores plantean que existen cuatro variables decisivas para explicar la durabilidad de dichos regímenes: la destrucción de centros de poder independientes, partidos de gobierno fuertes, invulnerabilidad a posibles golpes de estado y una mayor capacidad coercitiva sobre la población. Irán cumple con estas cuatro carácterísticas, por lo cual la oposición al régimen no tendrá una tarea fácil para un eventual cambio político.

Henry Kissinger señaló una vez que Irán debía decidir si deseaba ser una nación o una causa. Este dilema sigue presente, y probablemente marcará la dinámica política iraní en los próximos años.

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