Sin duda, esto puede considerarse un avance. Los adelantos científicos y médicos han permitido un conocimiento cada vez más detallado del cuerpo humano, de sus reacciones, de lo que le hace bien y de lo que le hace mal. Ese conocimiento, probablemente, ha mejorado la salud y la calidad de vida de mucha gente.
Sin embargo, valdría la pena analizar cómo está la balanza: ¿Cuántas de esas personas que dedican dinero, tiempo y esfuerzo al mantenimiento de su cuerpo, están dedicando al menos los mismos recursos al mantenimiento de su alma?
En este pasaje del Evangelio, que va en continuidad con el que leímos ayer, Jesús está intentando ayudar a las personas que le escuchan a fijarse en lo realmente importante: En esa época, por la influencia de los fariseos, había una gran preocupación por la pureza ritual, que incluía la prohibición de una serie de alimentos que podían manchar a la persona.
El Señor quiere que se den cuenta de que hace falta invertir el movimiento: No es de afuera hacia adentro como se mancha el alma, es de adentro hacia afuera cómo surge la impureza. Jesús insiste en que lo primero hacia lo que debemos dirigir nuestra mirada en cada examen de conciencia es nuestro corazón. ¿Sabemos hacer dieta de lo que mancha nuestra alma? ¿Sabemos purificar esa fuente de pecado que es nuestro interior?
(Frases de https://opusdei.org/es-py/).