Cuenta que una vez que estuvo tras las rejas, en vez de caer en la depresión, comenzó un proceso de reflexión y hoy es un estudiante universitario, sueña en trabajar como contador y ayudar a los jóvenes que deambulan víctimas de las drogas.
“Vengo de una familia humilde de Villa Hayes. Mi mamá me abandonó a los 8 meses, creo que por una mala relación con papá que tenía problemas de alcohol. Crecí con mi abuela, porque mi padre siempre estuvo ausente”, recuerda nostálgico.
Con traumas, desilusiones amorosas y apremios económicos de lo poco que su padre albañil aportaba, salió a la calle y se inició en los delitos que le costaron dos entradas en reclusión, en el 2009 en el Centro Educativo de Itauguá, cuando era aún un adolescente, y en el 2012, ya en la cárcel de mayores, por robo.
“Le pido disculpas a mis víctimas. Quiero ser un hombre de bien”, dice Ñamandú en tono de arrepentimiento, reconociendo haber consumido drogas y que le pesa por sobre todo haber obrado de manera equivocada.
“Sé que no alcanza con pedir perdón, pero yo cambié dentro de Tacumbú. Cuando salga desearía trabajar en contabilidad y ayudar a que los jóvenes no consuman drogas”, reflexiona.
Ñamandú hoy estudia el tercer curso de Contabilidad dictado en la Universidad Metropolitana de Asunción (UMA) dentro del penal, trabaja como asistente de sicología en el pabellón Libertad y celebra la llegada de su hijo junto a su esposa Rocío en cada día de visita.