La puesta en marcha, sin embargo, resultó desastrosa. Desde el momento en que se estableció que ya no se podía pagar el boleto en efectivo y solo se podía viajar usando las tarjetas electrónicas, el pasado 23 de octubre, se inició un verdadero calvario para muchos pasajeros, que no encontraban sitios cercanos en donde comprar las tarjetas y debían deambular a pie largas distancias, en otros locales habilitados para la venta no las tenían disponibles, en muchos buses el sistema presentaba inconvenientes y, para mayor escándalo, aparecieron los revendedores que acaparaban las tarjetas que en los circuitos regulares no existían, ofreciéndolas al doble de precio o más.
A inicios de noviembre, la Secretaría de Defensa del Consumidor y el Usuario (Sedeco) elevó un informe por el cual confirmó que sus fiscalizadores hallaron varias irregularidades en el sistema.
Según el informe, los locales de ventas visitados no contaban con tarjetas de las dos empresas habilitadas. Como ejemplo, menciona a un punto de venta que solicitó nuevos plásticos el 22 de octubre, pero recién los recibió el 30 del mismo mes. También se comprobó la masiva reventa de las tarjetas, en la vía pública, a un costo de G. 20.000 (100% más caro que el valor real), con un saldo de apenas G. 8.000 para los viajes.
Lo ocurrido hace recordar inevitablemente lo que también sucedió con el tristemente célebre proyecto del Metrobús durante el anterior gobierno, en que se invirtieron recursos millonarios para una estructura de transporte urbano moderno, pero que quedó por falta de una previa gestión en liberar los espacios urbanos, clausurando inútilmente durante meses la vital avenida Eusebio Ayala, arrastrando a cientos de comerciantes a la quiebra o a millonarias pérdidas económicas y sometiendo a los usuarios del transporte a laberínticos rodeos e interminables atascos. Al final se tuvo que suspender todo y volver a destruir lo ya construido, regresando a lo mismo de antes y con deudas por millonarios montos que se pagaron por nada.
En el caso del billete electrónico, de nuevo impresiona la reiterada incapacidad de las autoridades del sector para gestionar con mínima eficiencia un proceso que permitiría dar un paso más hacia la modernidad. Para mayor cinismo, las autoridades echan la culpa a los ciudadanos, por supuestamente no haber adquirido con mucha antelación las tarjetas, tratando de justificar de esta manera la tremenda ineficacia de no prever suficientes bocas de abastecimiento y de no poder controlar a los abusadores y especulares.
Si el sistema funcionara correctamente, el billetaje electrónico sería de gran ayuda para facilitar el servicio de transporte y además evitar riesgos de contagios ante la pandemia del coronavirus. Por eso, este bochornoso fracaso debe ser corregido con urgencia.