Opinión
Incoherencias
Nada pone más en evidencia a un político en campaña que las incoherencias en las que cae sin notar su gravedad.
Muchas de ellas lo evidencian como persona sin carácter, inmadura, incapaz de comprometerse con nada ni nadie y sometido a las oleadas oportunistas que han construido su personalidad.
No le importa que una vez diga que los médicos deben jubilarse a los 80 años para que después afirme sin empacho que trabajarán menos y se jubilarán más jóvenes. Total, si es que llega al poder podrá agarrarse de cualquiera de las dos versiones si se dan las oportunidades.
Un día afirma que la decadencia de la Argentina deviene de los planes sociales que convirtieron a ese país en una nación de “vagos y haraganes”, para después proponer localmente un incremento del 25% al Tekoporã y de paso incluir al cónyuge en el mismo paquete.
Lo afirma un economista atado a la ortodoxia y obediente a las recetas del Fondo Monetaria Internacional (FMI) o el Banco Mundial.
Y no estamos hablando de alguien que llevado por los años olvida lo que dijo recientemente; el candidato de marras tiene 44 años y asume sin empacho sus incoherencias que hacen parte de su escudo de armas y blasón de orgullo.
Los que escuchan tienen algo de memoria y estas afirmaciones los deben dejar muy desconcertados, como cuando afirmó que el Ministerio de Salud debe dejar de tener hospitales y médicos, y ser un órgano regulador de la salud, como lo es el BCP para los bancos.
Tamaña estupidez no pasó desapercibida para nadie y menos para los sindicatos colorados de funcionarios que suelen hacer hurras en las convocatorias electorales.
A no ser que también ellos finjan como con la parturienta del Hospital Nacional de Itauguá, algo que no es en realidad para después acabar siendo víctimas de un discurso irracional, tonto y sin sentido.
Las incoherencias surgen a veces como consecuencia del desconcierto, la duda y la incertidumbre de los hechos. Revelan algo muy grave que ocurre al interior del equipo que arropa al candidato y que sabe que los resultados de las sanciones podrían acabar siendo el golpe final contra sus intereses.
Intenta vanamente convencer de que él no es el candidato del “significativamente corrupto”, pero ni él se cree eso que ya no lo repitió nunca más. Pudo haber sido advertido de que ni de gua’u nunca más lo diga y ser reprendido como un niño, como aquella vez que llegó tarde a una cita política. Las inconsistencias del candidato muestran la procesión que carga por dentro.
El tremendo temor de ser arrastrado por la corriente castigadora de la OFAC, porque sabe que le será muy difícil explicar sus cuatro años como director del banco BASA y el salario de más de un millón de dólares que recibió. Cuando comiencen a preguntar por el origen y la tarea que realizaba en dicha sospechada institución bancaria, será muy difícil evadir las complicidades.
Las expresiones deschavetadas, sin sentido, ilógicas y disparatadas son frecuentes en personalidades atribuladas que muestran muchas de las características similares a las del bitongo que tenemos de presidente. Este puede ser aún peor y ya no podemos pegarnos el lujo de equivocarnos dos veces.
Las palabras reflejan lo que somos y hasta dónde llegamos. “El límite de tu mundo es el límite de tu lenguaje”, decía Wittgenstein, y a juzgar de lo que venimos escuchando del incoherente, este no solo es acotado, breve sino incomprensible y sin necesidad de ninguna corrección como cuando pidió el voto por la Lista 2 o cuando cambió el pañuelo azul por el colorado para salvar el conchabo amenazado.
Estos tiempos electorales tienen que apelar a la razón, la memoria y la relación entre las palabras que se dicen y la coherencia que guardan con los compromisos que sugiere el cargo.
Si no da la talla por temeroso, incierto, adolescente o inmaduro, no vale la pena insistir en el error porque ahí sí, usted, elector, pasa a ser el incoherente y la víctima. Aprendamos pronto, porque el tiempo apura.
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