Es sabido que en las últimas décadas el sistema del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) abandonó de manera paulatina a los productores dedicados a estos ramos agrícolas, por lo que no se puede asegurar buena cosecha durante todo el año.
En la cadena de producción y comercialización hay muchos desencuentros, pero quien termina pagando siempre los platos rotos es el consumidor: sin la presencia de días de promoción y descuentos, debe obligarse a comprar menos cantidad o directamente no adquirir estos productos elementales para la mesa familiar.
En medio del trance, aparecen la cadena importadora y los productores nacionales enfrentados en dialécticas y acusaciones en torno al por qué el precio experimenta inmensas diferencias de un día para el otro, pero en el fondo cunde el drama de la pérdida real de soberanía alimentaria, puesto que a nivel local no se puede asegurar todo el año buena producción de hortalizas, acechadas por el embate del clima y la falta de respuestas, mediante adecuada tecnología y conocimientos sobre cómo paliar ese flagelo.
Frente a las cuestiones básicas que debe resolver la cartera ministerial al respecto, solo se tiene como respuesta un aparato burocrático politizado y con asistencia insuficiente, ya que aquellos buenos técnicos que acompañaban hasta los años noventa a la agricultura familiar campesina fueron migrando al sector privado, donde se les recompensa más por su profesión, mientras el MAG administra solo precariedades y juega su rol partidario de mero asistencialismo.
Otro eje que perturba el bolsillo es la acelerada inflación, que se siente en toda la canasta básica y que, a pesar de los indicadores modestos expuestos por la banca matriz, el mundo real en el que se mueve la gente dice que el índice de precios sostiene mes a mes un crecimiento mucho mayor.
Precisamente, al cambiar el panorama económico argentino, el contrabando dejó de reinar y el consumidor -quien antes optaba por los precios regalados en Clorinda, de acuerdo con la política cambiaria- tiene ahora sus alternativas de compra concentradas de nuevo en la plaza local.
De todas maneras, el Banco Central del Paraguay (BCP) ya adelantó que en el segundo semestre posiblemente se corrijan hacia arriba los niveles inflacionarios, a tono con la región y el mundo, que sí experimentan escaladas extraordinarias por efecto de los factores ya conocidos y que últimamente arrastran su inercia hacia el mercado: la pandemia y la guerra en Ucrania, esta última generadora de crisis en suministros y logística, y que hizo elevar el precio de fertilizantes y combustible.
Más allá de los discursos para corregir el proceso de producción y comercialización de hortalizas y otros productos de la tierra, los tomadores de decisión necesitan palpar mejor el drama cotidiano de calcular y seleccionar productos para llevar a la casa y que alcance el ingreso mensual, puesto que el poder adquisitivo hace tiempo se perdió en una atroz nebulosa y, con ello, también la calidad de vida se desdibuja día a día.
Es un contrasentido que un país eminentemente agrícola como Paraguay sienta el golpe de la escasez de hortalizas, y que se las tenga que importar por ciclos extendidos, generando incertidumbre en torno a su soberanía alimentaria. La apuesta debe centrarse en fortalecer la capacidad del productor primario local y que adquiera las técnicas necesarias para asegurar stock durante todo el año.