Antonio V. Pecci | Periodista
Arrojado al exilio en 1947, Herminio supo sobrellevar con gran rigor las dificultades propias de quien se ve obligado a vivir, imprevistamente, en otro país. Volvería luego de 42 años de extrañamiento con paso firme, cruzando a pie, porque así quería hacerlo, la frontera entre Clorinda y Puerto Falcón. Venía acompañado de un grupo de familiares y de periodistas, músicos jóvenes y curiosos, deseosos de presenciar ese momento histórico del regreso de quien era hacía tiempo una leyenda viviente.
Don Herminio, quien no denotaba los 84 años cumplidos, quería quizá apagar la vela del festejo de un nuevo cumpleaños, pero en su tierra y en libertad. Nacía un 20 de febrero de 1905 quien estaría llamado a ser una de las figuras más trascendentes de la música paraguaya y de la región, compositor de inspirada vena creativa, que había dado al público más de 100 obras de corte popular y 8 sinfonías, además de haber escrito partituras para la banda sonora de 12 filmes rodados en la Argentina.
Huérfano de madre y sin haber conocido a su padre, su rutilante carrera se iniciaría a los 10 años como auxiliar de la Banda Militar del Regimiento de Artillería de Paraguarí, dirigida entonces por el maestro alemán Emil Laskowsky, quien le enseñaría los rudimentos básicos del arte musical. Unos años después volvería a Asunción para integrar la célebre Banda de Música de la Policía de Asunción dirigida por maestros italianos. Allí junto a José Asunción Flores, Darío Gómez Serrato, Gerardo Fernández Moreno, Mauricio Cardozo Ocampo, desarrollaría una breve pero intensa labor, hasta conformar su primer conjunto propio, con el que actúa en localidades del interior y del nordeste argentino.
Su trayectoria vital sería tan amplia y afortunada cumpliendo 70 años de labor artística ininterrumpida, un récord difícilmente superable. El autor de ‘Lejanía’, ‘Malvita’, ‘Che novia kue mi’, ‘Fortín Toledo’, ‘Cerro Corá', ‘Che trompo arasa’ y ‘El canto de mi selva’, ‘Cerro Porteño’, escribiría música hasta el final de sus días. Cuando lo sorprendió la muerte, en junio de 1991, se hallaba trabajando hasta horas antes de sufrir un ataque cardíaco en la parte final de su Sinfonía en Gris Mayor, dedicada a Manuel Ortíz Guerrero, el gran poeta guaireño a quien había conocido y admiraba.
Su legado musical fue saludado por su originalidad y perfección técnica por caracterizados músicos locales y de América Latina. Produjo discos famosos como ‘Paraguay romántico’, que se editan década tras década y su guarania ‘Lejanía’ se constituye hasta hoy en una de las piezas más cantadas en el Brasil, de mano de adaptaciones de artistas de dicho país, que la retitularon ‘Mi primer amor’.
Don Herminio formó parte de la generación de músicos que surgió en la década de 1920 y que renovó las bases de la música paraguaya y le dieron la estructura para que trascendiera internacionalmente. Triunfó en plazas difíciles como Buenos Aires, Río de Janeiro y San Pablo, donde sus canciones fueron apreciadas y se granjeó la amistad de figuras tan disimiles como Getulio Vargas, mandatario brasileño, Cátulo Castillo y Astor Piazzolla; el novelista Jorge Amado, el poeta Elvio Romero y todos los grandes artistas paraguayos que recorrían el Cono Sur.
Gracias a su dedicación y su tesón pudo construir una carrera artística sin fisuras, con la compañía de su esposa Victoria Miño, llegando a vivir exclusivamente de su arte.
En su última etapa, la ciudad de Corrientes tuvo el privilegio de tenerlo como director de las agrupaciones orquestales más importantes con las que realizó giras por toda la Argentina y llegó incluso, gracias a una gestión del Arzobispo Ismael Rolón, a estrenar la ‘Misa folclórica paraguaya’ en la Catedral de Asunción, en 1975, merced a un permiso precario de permanencia por unos días.
El exilio no había logrado anular su veta creadora ni borrar la sonrisa de su rostro, sino que fue un acicate para crear obras de gran belleza que expresaban su amor por la libertad y por la tierra roja que lo vio nacer.