Más allá de las condiciones económicas locales y un entorno internacional, que es funcional para explicar y justificar lo bueno y lo malo de nuestra economía, lo que claramente irrita al ciudadano es la desconfianza que se genera al pedirle más tributo sin haber atinado absolutamente nada en proponer una flexibilización y modernización del gasto. Esto, que se lleva en corrupción casi el 50% de los valores de bienes y servicios, sigue siendo un tremendo costo que se nos cobra en mala salud, carreteras y pésima educación. Esta semana una oenegé dedicada a este tema afirmó que requerimos 5.000 millones de dólares anuales para tener una de excelencia, cuando en la actualidad apenas superamos una inversión cercana a los mil. No es que solo hay que duplicar, sino quintuplicar la inversión, pero habría que decir que sin capacidad de gasto y de control esa misma cantidad no haría ninguna diferencia. Tenemos serios problemas en la administración de los recursos y quienes se deberían encargar de todo esto ganan por encima de los ingresos del sector privado que los financia y además gozan de privilegios irritantes que generan repudio y hartazgo. En este escenario, la Hacienda pública pide más contribución. Con todos estos elementos, por una cuestión incluso de mero márketing, debería haber planteado medidas de ajustes al interior de la administración central. Nada de eso se presentó fuera de pedir más contribución al mismo Estado.
Con este escenario hay de los que dicen “por qué no nosotros también” y ahí pasaron esta semana la jubilación de enfermeros, bioquímicos y odontólogos a los 55 años, y mañana serán abogados, agrónomos, ingenieros y de cualquier profesión que harán finalmente explotar las cajas de jubilaciones. Cuando se cuestiona tan severamente a la cabeza y la misma incluso demuestra su escasa comprensión de funcionario cuando afirma su desprecio a declarar sus bienes en abierto desconocimiento a lo que manda la Constitución, lo único que se puede concluir es que no percibe para nada su lugar, el momento ni el espacio público que ocupa. Solo lo sostiene la cercanía familiar, que pasará a convertirse en un lastre para el hermano presidente en poco tiempo. No lo echará por pedido de la madre, quizás, pero sostenerlo tendrá un costo enorme sobre su debilitada administración.
Requerimos una persona confiable y seria al frente de la Hacienda pública. Alguien con sensibilidad, imaginación y respeto a la cosa de todos. El Senado, sin debate a profundidad, aprobó a libro cerrado la propuesta de más tributos sin entender que en el camino también ellos están atando su suerte a la del ministro de Hacienda.
Lo que haga o deje de hacer el presidente con su hermano ministro mostrará con claridad el camino que nos espera a él y, a nosotros. La Hacienda pública está en el centro del debate político, social y económico, y, claramente, el malhumor social es notablemente perceptible en contra del Gobierno. Debe cambiar su rumbo antes de que los daños sean aún peores.