El régimen dictatorial nos dejó con coberturas de educación básica bajas y casi nula cobertura de educación media. El analfabetismo era 5 veces mayor que hoy, una mínima y privilegiada proporción de la población lograba llegar a la universidad. En promedio, la esperanza de vida era unos 6 años menos que actualmente.
En infraestructura, hoy somos los que somos porque dejó el país sin caminos, escuelas y establecimientos de salud. Una amplia proporción de la población vivía aislada no solo física sino comunicacionalmente, ya que la telefonía estaba concentrada en unas pocas ciudades, siendo que en el área rural vivía más de la mitad de la población.
Hoy vivimos en un país que está en los últimos lugares del desarrollo de América Latina y ese no es un resultado solo de nuestra imposibilidad de cambio en los últimos 30 años, sino también herencia del estado en que quedamos en 1989.
En aquel momento nuestros países vecinos ya eran una potencia económica pues lograron crear una base industrial para la producción con mayor valor agregado, mientras Paraguay se mantenía en la producción agropecuaria.
La conformación de la estructura industrial se basó en un fuerte impulso de la educación que se retroalimentó con la construcción de un estado de bienestar que persiste. Los niveles de educación, salud y protección social que tienen los países más desarrollados de la región se iniciaron en los mismos años en que nosotros no lográbamos ni siquiera cobertura de educación primaria.
Las obras que se hicieron en los años estronistas estuvieron manchadas con corrupción, a través de las cuales se conformaron grandes riquezas ampliamente conocidas. Ni hablar de los tratados de Itaipú y Yacyretá, que hoy sabemos la forma en que ese gobierno dejó de lado la soberanía nacional para firmar documentos que no convenían al país. Hasta hoy estamos pagando esas deudas de manera injusta y contra nuestro propio desarrollo.
Hay que decir, gastar más que Stroessner no es ningún mérito. Sobran los ejemplos. Desde el gobierno de Franco nos venimos endeudando con el argumento de la infraestructura. Ya pasaron los años y lo que vemos con claridad es más corrupción en la construcción de infraestructura, rotundos fracasos y el crecimiento de la deuda, sin que la ciudadanía sienta los beneficios.
El presidente y sus ministros deben ubicarse en la realidad y superar sus atavismos. Tienen el poder de cambiar la situación y no lo están haciendo. Negando el pasado solo conseguiremos seguir viviendo en un país rico en recursos, pero que no es capaz de proporcionar calidad de vida a sus ciudadanos.