Pero la llamada Tierra de los Encantos que nada más se había cruzado brevemente en el camino de Gilligan hacia la de los Sueños (bajo la forma de una popular serie de ciencia ficción, investigación y suspenso), se convirtió más tarde en su imaginación (y en la de su equipo de escritores) en la Tierra de las Máscaras: en una depurada tragicomedia americana (por ahora) repartida en dos partes que quedarán, seguramente, en los anales de la historia de la televisión por diversas cuestiones, entre las que la referencia a cierto cine clásico en su lenguaje no es un aspecto menor.
Los siete episodios de los trece que tendrá la sexta temporada de BCS y que están recientemente disponibles confirman que el show es otro buceo audiovisual en el lado oscuro e irónico del sueño americano, de la mano del tema acaso principal de Gilligan, el mismo de un director poco relacionado por la crítica con él, Alfred Hitchcock: la posibilidad del cambio, pérdida o suaplantación de la identidad original, un drama (y una oportunidad) de las ininteligibles sociedades burocráticas contemporáneas que el director de Rebeca, Vértigo y South by Norwhest vio tempranamente. Ese gerundio esencial que la expresión breaking bad (echándose a perder) mantiene: se está siendo algo y, en ese tránsito, suceden las cosas.
Por eso en BCS (y antes en BB) los personajes adquieren máscaras invisibles, otras identidades, mientras actúan en farsas que son la metáfora de lo que hay detrás de aquello que brilla en el capitalismo actual: una tramoya que encubre lo sórdido de su naturaleza, su efecto en la ambiciones humanas. En este tipo de sociedades, como podemos verlo todos los días, reina la paranoia, pero también se persigue el amor.
El primer episodio de esta temporada se titula Días de vino y rosas, inolvidable y densa película de 1962 donde Jack Lemmon arrastra a la adición al alcoholismo a Lee Remick, en una base referencial de la conversión de Kim Wexler al mal jurídico. Como entre los personajes de aquella película, entre Wexler y el metamorfoseado Saul Goodman hay alto amor en la lenta deriva. Las escenas filmadas entre ellos, posiblemente, se encuentran entre las más sutiles escenas maestras filmadas de la serie.
Es posible que haya una trilogía de Gilligan, uno se anima a especular: falta un relato desde el punto de vista femenino, acaso el de Kim. Este ya se ha comenzado a desplegar hace rato, por lo que es probable que en los próximos años tengamos más de la historia de la abogada que, de niña, parece haberse planteado la cuestión de lo correcto y lo incorrecto a partir de la experiencia. Se adivina entonces una historia centrada en ella, propia, ahora que la actriz Rhea Seehorn ha crecido en proporciones trágicas. Por de pronto, no obstante, el maestro de las máscaras sigue siendo Saul Goodman, el abogado que lleva en las venas lo torcido, más un agudo sentido de la actuación, es decir, del enmascaramiento. Goodman, a diferencia, de los tramoyistas de la mentira política y económica que nos acechan cotidianamente, al menos es inteligente y nos cae simpático.