08 ago. 2025

Fiscalizar la vida...y la muerte

Al borde

Por César González Páez - cesarpaez@uhora.com.py

Hágase la idea de un hombre inglés, respetado en su comunidad, tenido como un doctor serio y confiable, casado, cuatro hijos.

¿Su aspecto? Unos circunspectos anteojos, ojos grises impenetrables y de una personalidad respetuosa de su intimidad como la de las personas que atiende.

En su fichero hay una lista de tres mil pacientes, lo que indica que muchos le confían el cuidado de su salud. Impecable aspecto, una cuidada educación y de hablar solo lo necesario.

El detalle que sorprende es que encontramos a este hombre en los anales de la justicia, en el año 2000. Lo vemos sentado ante un tribunal que lo condenó a prisión perpetua sin que él sienta el mínimo asomo de arrepentimiento.

Dicen las crónicas al respecto que flaqueó solo algunas veces cuando se presentaron pruebas aplastantes en su contra.

¿Qué hizo?

Es la historia de la que se viene hablando y escribiendo, desde hace mucho, y ahora parece cercano por el apoyo mediático que tiene y que mueve a muchos a manifestarse: el derecho a disponer de una “muerte digna”.

Es una polémica que lleva también el nombre de eutanasia, la decisión a la que podría llegar un paciente con una enfermedad terminal que quiere acabar con un padecimiento que, sabe, jamás terminará o irá agravándose, quedándole nada más como último consuelo acabar con su vida.

Pero, claro, cada caso es un episodio aislado, no publicitado, y a veces, si se ventila ante la opinión pública, es para generar que dicha autodeterminación de morir sea legal y de ese modo contar con una asistencia médica apropiada.

Entonces, la pregunta que surge como consecuencia es: ¿Quién se encargará de administrar ese, digamos, “alivio”?

Es en este momento que volvemos al respetable médico condenado a cadena perpetua.

Él se atribuyó a sí mismo esa potestad. La sentencia fue por haber eliminado por “piedad” a por lo menos 215 personas y tal vez a una mayor cantidad de ellas.

Antes tenía un nombre respetable, el doctor Harold Shipman. Su alias, sin embargo, pasó de un tímido “Fred” a “Doctor Muerte”. A los que siguieron el de “Demonio”, “Doctor Hyde” y “Mengele”.

Entonces, una cosa es hablar sobre un hecho extremo: la eutanasia, como recurso amparado, y otra, la aparición de ‘semidioses’ que se toman atribuciones reñidas con el juramento hipocrático, en el sentido de que hay que salvar la vida hasta en el último intento. La medicina avanza para salvar y solo la guerra se perfecciona en el arte de matar.

La vida es un don preciado que hay que honrar. La esperanza es lo último que se pierde, porque sin ella nadie encontraría el sentido del continuar.