Cuando un huésped ilustre se queda en una casa, sería una gran descortesía no atenderlo bien, o hacer caso omiso de él. ¿Somos siempre conscientes de que Jesús es nuestro Huésped aquí en la tierra, de que necesita de nuestras atenciones? Examinemos hoy si al entrar en una iglesia nos dirigimos enseguida a saludar a Jesús en el Sagrario, si nos comportamos siempre como corresponde a un lugar donde Dios habita de una manera particular, si las genuflexiones ante Jesús Sacramentado son un verdadero acto de fe, si nos alegramos siempre que pasamos cerca de un templo, donde Cristo se halla realmente presente. “¿No te alegra si has descubierto en tu camino habitual por las calles de la urbe ¡otro Sagrario!?”. Y seguimos nuestros quehaceres con más alegría y con más paz.
En una homilía con respecto al evangelio de hoy –San Juan (2,13-22)– el papa Francisco dijo: “El templo es un lugar donde la comunidad va a rezar, a alabar al Señor, a darle gracias, pero sobre todo a adorar: en el templo se adora al Señor. Y este es el punto importante. También, esto es válido para las ceremonias litúrgicas, ¿qué es más importante? Lo más importante es la adoración: toda la comunidad reunida mira al altar donde se celebra el sacrificio y adora. Pero, yo creo –humildemente lo digo– que nosotros, cristianos, quizá hemos perdido un poco el sentido de la adoración y pensamos: vamos al templo, nos reunimos como hermanos –¡es bueno, es bonito!–, pero el centro está donde está Dios. Y nosotros adoramos a Dios.
¿Nuestros templos son lugares de adoración, favorecen la adoración? ¿Nuestras celebraciones favorecen la adoración? Jesús echa a los mercaderes que habían tomado el templo por un lugar de comercio más que de adoración”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal y de la http://www.es.catholic.net/op/articulos/10434/la-purificacion-del-templo.html)