Hijo de un representante de licores y una ama de casa, el director, dibujante y caricaturista Fellini se sumergió en el mundo del espectáculo y de la escuela neorrealista, junto con Roberto Rossellini, trabajando como guionista de su obra maestra, Roma cittá aperta (1945), considerada como una de las cintas icónicas de la época.
Sus inicios no fueron fáciles. Sus primeros trabajos cinematográficos: Luci del varietà (1950) y Lo sceicco bianco (1952), sin éxito, pero todo cambió con I vitelloni (Los inútiles, 1953), premiado con el León de Plata de la Mostra de Venecia.
“No hago una película para debatir tesis o defender teorías. Ruedo una película del mismo modo en que vivo un sueño”, dijo en una ocasión el maestro.
Para el cineasta Hugo Gamarra, es “imposible pensar la historia del cine y el paisaje cultural del siglo XX sin Fellini. A más de 25 años de su muerte, sigue siendo de los mayores maestros del séptimo arte y al que mejor le cabe el apelativo ‘mago del cine’. Sus películas maravillosas, hipnóticas y sensuales desafían cualquier descripción y demuestran que el poder del cine no es solo narrativo”.
Para el cineasta Juan Carlos Maneglia, lo que más deja huella de los directores es su manera de narrar una historia. “Fellini fue único en eso. Tenía desenfado, estructura con respecto al guion, estilo de personajes, de diálogos. Su sentido del humor marcado, siempre dentro de una crítica social muy fuerte”, sostuvo.
Maneglia afirma que Fellini era libre con sus ideas y locuras. “Recuerdo una anécdota que me contaron cuando empecé a conocerlo, que decía que cuando rodaba no tenía los diálogos totalmente escritos”, refiere.
Para el director de 7 cajas, los filmes de Fellini que más le impactaron son La dolce vita (1960), Boccaccio 70 (1962), Ocho y medio (1963), Amarcord (1973) y Ginger y Fred (1986).
ILUSTRADO. Para el cineasta Ray Armele, Fellini fue un artista muy ilustrado. “En sus películas se disfruta de la música de Nino Rota, de los diálogos, de la coreografía, del vestuario, de las acciones de los personajes que nunca sabés si estás viendo algo de la realidad o de un sueño dentro de un sueño dentro de otro sueño. De Fellini podés disfrutar todo, I vitelloni, La strada, La dolce vita, hasta las que ya son un recuento, donde empieza a autoimponerse una revisión de su propia obra y vida”, reflexiona.
Para Sergio Colmán, una característica llamativa del italiano gira en torno a que al director le gustaba construir un mito sobre sí mismo. “Por ejemplo, una de las historias más fascinantes es la que cuenta que vivió con un grupo circense, época en que rodó La strada. Tenemos a personajes como los que interpretó Marcello Mastroianni, alter ego de Fellini en La dolce vita y otros. Creó su propia forma de filmar, producir y contar historias. Hizo un cine personal de narrativa intrigante y dominio del relato cinematográfico”, agrega Colmán sobre el genio y maestro del cine mundial.
Opinión
“Despegó y dejó su sello personal”
“Es importante reconocer que Fellini se inicia en el cine italiano dentro de un movimiento colectivo que quedó marcado en la historia como una posición política y filosófica. El reconocimiento que tuvieron los neorrealistas en todo el mundo permitió que él despegue después por su propio brillo y es uno de los pocos cineastas que dejó en la pantalla un sello personal que identifica todas sus películas y también el arte visual, la música, el teatro, la moda. Su estilo cinematográfico se convirtió en una concepción de la vida y hasta hoy decimos, por ejemplo, que hay obras ”, sostiene. Ray Armele, cineasta
Dos filmes que dejaron huella
La consagración de Fellini como auténtica promesa del cine llegó a sus 34 años, en el año 1954, cuando obtuvo el premio Oscar a la Mejor Película Extranjera con La Strada (foto).
Se trata de una cinta que ideó tras ver a una pareja de míseros artistas ambulantes arrastrando un carro por la calle. Es la historia de Gelsomina, una enternecedora muchacha vendida y sometida a la violencia de un artista de la calle (Anthony Quinn). Es el germen del mundo de Fellini, en el que la bondad se conjuga a la perfección con lo grotesco y lo cruel.
A La Strada le siguió su obra más recordada y que da nombre a toda una era de Roma, La dolce vita (1960), un viaje frenético por su noche, entre sus ruinas vetustas y sus rincones más recónditos, como queriendo buscar su alma.
Ahí es donde se da una de las escenas más famosas de la historia del cine, el baño en la Fontana di Trevi de los protagonistas, Marcello Mastroianni y la sensual Anita Ekberg, imbuidos en un cortejo hipnótico. EFE.