Hace una semana, la Constitución Nacional cumplió 29 años de vigencia. Tiene el mérito de haber sido la primera escrita en libertad, en democracia y con una representación amplia de la sociedad paraguaya posible en aquella época. Toda obra humana siempre es imperfecta y la Carta Magna también. Muchos creen que ella es como un fetiche que mágicamente puede producir pueblos más prósperos y felices cuando en realidad es el ser humano que admite ser reglado por ella quien la hace un contrato de valor trascendente con unos artículos que siempre pueden ser mejorados por la obra de los reglados por ella. Entre las preocupaciones centrales de la Constitución estaba el mejorar la calidad de la Justicia. Veníamos de un régimen político injusto, de jueces y fiscales corruptos y sirvientes del poder político. Queríamos cambiar eso y colocamos algunas modificaciones que creíamos –ingenuamente– alterarían las cosas. Creamos el Ministerio Público para que defendiera los intereses de la sociedad y no los del presidente de turno y dos instituciones traídas del exterior que resultaron afuera, pero fracasaron en su tropicalización local: el Consejo de la Magistratura y el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados.
El Consejo que elige a los futuros magistrados parecía en teoría que operaría sobre la base de representar con claridad los intereses divergentes (qué ingenuos) de abogados, académicos y representantes de los tres poderes del Estado que actuarían con equilibrio, mutuo control e interdependencia. Nunca presumimos que se pondrían de acuerdo para lotear la presencia de magistrados afines en los distintos juzgados y menos que la Fiscalía General tendría tanto miedo en ser libre que terminó sometida a los poderes Legislativo y Ejecutivo. Para asegurar el sometimiento, el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados terminó por hacer la tarea de cepo. Ahí los buenos electos por casualidad terminaron enfrentando largas querellas que los ablandaron o los sacaron. “La argamasa es muy mala”, se quejaba el primer presidente del Consejo de la Magistratura, el Dr. Callizo, lamentando la mala formación de abogados en las facultades de Derecho de la época, agravada con las abiertas con posterioridad. Callizo era un karai guasu de los de antes, que sufría horrores viendo la degradación de la Justicia en manos de pillos, peajeros y asaltantes a cara descubierta. Crescencio, un ex juez detenido por intentar robar un banco esta semana, le dio toda la razón.
Admitió recibir 140.000 dólares de un narco para no ser extraditado y que estaba peleado (?) con el ex presidente Cartes y que este enojado por su decisión le pidió su cabeza al ministro Torres Kirmser hoy miembro del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados. Esta es la Justicia paraguaya. Crescensio en su ingenuidad delirante terminará siendo calificado de loco y las cosas seguirán probablemente como si nada hubiera pasado. Se quejó eso sí el ex magistrado de los coscorrones y patadas que le propinaron los policías en el momento de su detención. Falta de cortesía recíproca habrá exclamado para sus adentros el atribulado Crescensio, quien explicó su drama en un español de difícil comprensión admitiendo incluso que el escrito favorable al narco no lo había redactado él. ¿Cómo pudo llegar al cargo de juez una persona de esas características? Es una interrogante difícil de explicar por el camino de la racionalidad, pero fácil desde su propia definición cuando afirmó: “... un juez no debe pedir una cantidad determinada de coima y debe aceptar lo que le dan. Todos hacemos favores siempre”, concluyó desarrollando la teoría Crescensio de la Justicia paraguaya. Por supuesto no será investigado, ningún fiscal protegerá a la población de este tipo de conductas y jamás osarán ir contra Cartes y Torres Kirmser. Esta es la argamasa mala del muladar de la Justicia paraguaya de donde se extrae el lodo que por más vueltas que dé la trituradora no podrá sacar nunca un ladrillo decente.
El país de los favores, las complicidades, las transas y la admisión abierta del contubernio reflejan todo lo podrido de la Justicia local y el tremendo impacto sobre nuestro subdesarrollo que ni la pandemia puede espantar.
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