En general, no tengo problemas con ceder parte de mi libertad y el derecho a defenderme por manos propias en pos de una convivencia más civilizada.
Soy partidaria de las leyes que garanticen nuestros derechos básicos.
La finalidad de las leyes se supone que es contribuir al bien común de las personas en una sociedad organizada y el hecho de que existan da por sentado de que hay una comunidad de personas libres que respaldan a las autoridades que las hacen, porque usan criterios de bien y justicia y porque son legítimas.
Por un lado, hoy está en baja ese respaldo a las autoridades y las instituciones debido al escandaloso estado de corrupción y mediocridad en que se encuentran, en gran parte del sistema. Pero, por el otro, los valores que sostienen nuestra convivencia todavía fluctúan y no se han derrumbado del todo.
Con el cumplimiento de la cuarentena obligatoria, sobre todo en la etapa inicial, se notó ese deseo de bien de la mayoría que todavía sostiene la autoridad desde abajo.
Pero, cuidado, medidas como la de obligar a los padres de familia a pedir permiso legal para trasladar a sus hijos fuera de su casa, aun acompañándolos ellos, como medida de esta etapa de la cuarentena; o el abandono sistémico en el que tienen a nuestros productores del campo ante las bravuconadas de los delincuentes que –muchas veces apoyados por dirigentes políticos– entran por la fuerza en sus tierras, las ocupan, obligándolos a renunciar al fruto de su trabajo, amenazándolos y, en lo que compete a ciudadanos como el señor Amado González, asesinándolos cobardemente, son síntomas del avance de un desorden, asociado a las mismas instituciones que deberían velar por el orden social.
¿Qué se lee entre líneas? Un legalismo antinatural de una parte, y un incumplimiento de las leyes de genuina legitimidad que salvaguarden la vida, el trabajo y el progreso de las personas que producen, por el otro.
Ocupar tierras sin derecho está mal, asesinar personas está mal, embanderarse con una causa para justificarlo está peor. También está mal pasar por encima de la patria potestad.
Hay una diferencia entre orden y desorden, hay que distinguirla. Es diferente ceder nuestra libertad a la ley y respaldar a las instituciones en busca del bien común, que ceder en los derechos básicos por arbitrariedad.
Con estas confusiones ganan los pescadores de río revuelto. Gana la prepotencia, dentro y fuera del sistema. Se diluye la racionalidad que equilibra la convivencia. Se debilita la sociedad y con ella también los valores y las instituciones que la sostienen.
Viendo esto muchas personas caen en las trampas ideológicas que dan como una supuesta alternativa el caos. Pero jamás la violencia podrá curar esta herida.
Lo que debemos hacer es tener el coraje que tuvieron nuestras mujeres paraguayas a lo largo de la historia de mirar de frente a la realidad y recomponer con sentido de sacrificio ese tejido moral que distingue el bien, honra el bien, promueve el bien y respeta las libertades.