17 ago. 2025

En la sinagoga de Nazaret

”...Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. ...”

Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

En la sinagoga de Nazaret, Jesús leyó un pasaje del profeta Isaías, en donde el profeta anuncia la llegada del Señor que librará al pueblo de sus aflicciones. En Él se cumple esa profecía, ya que es el Ungido, el Mesías que Dios ha enviado a su pueblo atribulado. Jesús recibe la unción del Espíritu Santo para la misión que el Padre le encomienda.

Estas palabras son su primera declaración mesiánica, a la que siguen los hechos y las palabras conocidas a través del Evangelio. Mediante tales hechos y palabras, Cristo hace presente al Padre entre los hombres.

Las promesas aquí anunciadas, constituyen el conjunto de bienes que Dios enviará a su pueblo por medio del Mesías. Por pobres, debemos entender no sólo una determinada condición social, sino más bien la actitud religiosa de indigencia y humildad ante Dios de los que en vez de confiar en sus propios bienes y méritos, confían en la bondad y misericordia divinas. Por este motivo, evangelizar a los pobres es anunciarles la buena noticia de que Dios se ha compadecido de ellos. Del mismo modo, la Redención, a que alude el texto, tiene sobre todo un sentido espiritual y trascendente: Cristo viene a librarnos de la ceguera y de la opresión del pecado, que son en definitiva, la esclavitud a la que nos ha sometido el demonio.

Como señalaba San Juan Crisóstomo: “La cautividad es sensible cuando procede de enemigos corporales; pero peor es la cautividad espiritual a la que se refiere aquí, ya que el pecado produce la más dura tiranía, manda el mal y confunde a los que le obedecen: de esta cárcel espiritual nos sacó Jesucristo”.

Otro aspecto en el que me gustaría que nos detuviéramos en este domingo, es el hecho de que en este pasaje evangélico se observa además la preocupación de Jesús por los más necesitados. No podemos dejar de recordar a aquellos que sufren carencias de todo tipo, aquí en nuestro país y en estos días especialmente a nuestros hermanos que han padecido las consecuencias de la terrible catástrofe de Haití. No les olvidemos en nuestras oraciones y seamos generosos en nuestra ayuda material para tratar de ayudarles a superar su difícil situación.

Finalizamos con unas reflexiones del Concilio Vaticano II: “Así también la Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, en los pobres y en los que sufren reconoce la imagen de su Fundador, pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo”.