Muchas veces la vida nos pone frente a dificultades que terminamos logrando superar. En estos días, todos estamos obligados a sortear obstáculos que quizás nunca pensamos enfrentar. Pero estoy seguro de que también lograremos salir adelante. ¿Recuerdas cuántas veces lo hemos hecho, cuántas veces hemos luchado, incluso más allá de nuestras fuerzas, en contra de algo? En esos momentos, quizás no había nadie para ayudarnos, pero aún así seguimos creyendo que era posible lograrlo, porque existía una luz de esperanza entre nosotros.
El ser humano está acostumbrado a adaptarse. Hemos sabido renacer incluso cuando todo parecía terminado: es el concepto de resiliencia. Pero este es un tiempo propicio para que hagamos una pausa y nos preguntemos: ¿por qué estamos en esta situación?, ¿qué está pasando en nuestra vida? Andamos siempre con mucha prisa, sin que nadie sepa muy bien por qué; nos quedamos sin un momento para pensar, reflexionar y, muchas veces, para amar.
¿A cuántas personas te gustaría haber abrazado, ahora que tenemos que poner en pausa esos abrazos? Los seres humanos siempre necesitamos amar y sentirnos amados, pero quizás estábamos tan distraídos por esa vida confusa y apurada que llevábamos, que nos olvidamos de decir “te quiero” o “eres importante para mí”.
Entonces, reflexionemos en que este es el momento de actuar y de amar. Recordemos a esas personas que nos necesitan y, si podemos abrazarlas ahora o decirles lo que pensamos, aunque sea virtualmente, no perdamos la oportunidad de hacerlo. Puede ser algo único, que no volverá a repetirse.
El papa Francisco dijo en su mensaje de la Cuaresma 2021: “Cada etapa de la vida es un momento para creer, esperar y amar”. Sé que hablar de esperanza en este momento puede que hasta parezca una provocación. Pero aprovechemos esta oportunidad para volver a dirigir nuestra mirada a la paciencia de Dios, que muchas veces hemos maltratado, pero sigue cuidando de su Creación.
La pandemia del Covid-19 ha despertado en muchos la conciencia de que somos una comunidad mundial y que navegamos en una misma barca. El dolor que afecta a uno, llega a todos. Es por eso que no podemos liberarnos de este dolor actuando de forma aislada.
El famoso “sálvese quien pueda” jamás será la solución; solo nos llevará a un “todos contra todos” que será peor que la pandemia en sí. En este contexto, los que creemos en Cristo, contribuimos con la vivencia de la fraternidad y del amor, que hemos aprendido en la escuela del Maestro de Nazaret.
Recuerda que aunque esto parezca una guerra no lo es. Cuando nuestros parientes lejanos fueron a pelear, lo hicieron por sus ideales, por su libertad. Ahora estamos privados de ejercer una libertad plena, pero tenemos tiempo para detenernos y reflexionar. Tenemos tiempo para amar. Incluso, si el miedo es más y más evidente, elijamos la esperanza.
(OFM Cap.:
Orden de los Frailes Menores Capuchinos)