La fascinación quinquenal de las elecciones nacionales tiene los mismos ingredientes de siempre: la supuesta renovación colorada, el outsider que puede ser empresario, militar, prestamista u obispo y la mentira opositora de que “juntos somos la alternancia”.
Esto se ha producido de manera cíclica en todos los comicios nacionales anteriores. En el interior del Gobierno la reacción también es la misma. “Busquemos violar la Constitución”, “convoquemos a las bases y los dirigentes al palacio”, “hagamos una marcha más grande”,"clausuremos el Congreso”, “agitemos las aguas militares y sus eternos enconos entre infantes y de caballería...” Nada en el medio. Todo muy repetido. No hay ideas, las propuestas no son sostenibles, no hay debates y los intelectuales que culpan al pueblo de ser analfabeto, ignorante o demasiado listo para seguir este juego perverso que lo único que les ha traído es más pobreza y miseria. Este es el escenario cada 5 años. Y la cosa no se mueve porque sencillamente no hay voluntad de moverla.
De fondo a este sainete, las amenazas de la Corte de descabalgar a quien tiene más opciones, las grandes dificultades de transformar la bronca en votos y una fragmentación de los partidos cercana al suicidio. Ahora algo olvidado que retorna: la posibilidad de un fraude electoral.
Las elecciones se hacen entonces en encuestas realizadas a corte y medida de quien paga, donde los números de la cotización suben o bajan en función de a quién hay que subir o bajar, o en las calles, donde algunos como Chávez o Castro dicen está “la verdadera democracia”. Este concepto limitado de participación que en medio del desencanto suma o resta unos miles dependiendo si el lugar tiene una fuente de agua lo suficientemente grande o unos árboles que impidan contar el número exacto. Mentiras que no impiden concluir la cuestión de fondo.
La notable ausencia de ideas que motiven a los electores, que los hagan inclinar su voluntad frente a quienes compran o venden las suyas en cada comicio y que con esta práctica han desalentado a millones que votan con sus pies migrando a España, Buenos Aires o Nueva York.
El cuadro es de un mago viejo, reiterado, banal que no aporta nada nuevo. Los números casi sabemos cuáles serán en mayo del 2008 y las justificaciones también la podemos repetir con solo rebobinar las explicaciones anteriores. Paraguay es el país del eterno retorno. Vuelve a la plaza buscando los 40 mil del año anterior y se encuentra con 10 mil, los oviedistas que hacen la mitad de Lugo retornan al sitio donde murieron 9 jóvenes, en una escena igual a la del asesino que retorna al lugar del crimen, con el fondo de unos cuantos vivos que ya han sepultado a más de un partido o desplumado a otros tantos candidatos.
Todo como una zafra estacional, como en una molienda de ilusiones, donde el herrumbroso trapiche no se cansa de jalar lo poco que queda de la ilusión de la gente. Siempre caminando en círculos para producir lo mismo, haciendo lo de siempre para no cambiar nada, simulando ser para no ser, diciendo medias verdades para mentir, generalidades para no comprometerse, ofreciendo miel cuando es mosto.
El trapicheo electoral es demasiado de lo mismo. Hay que ser original, de lo contrario la posmodernidad de elegir a través de encuestas o ganar la calle para simular adherencias reales solo preanuncian más de lo mismo. Hay que innovar, esto que tenemos ya lo hemos visto caminando, tomando o padeciendo en círculos como en los trapiches de siempre.
(Publicado en la edición impresa. Domingo/1/abril/2007)