02 jun. 2025

El sunismo saudí y el chiísmo iraní se baten abiertamente en Oriente Medio

Los conflictos heredados de la primavera árabe, con la religión como trasfondo, avivaron las históricas desavenencias entre la Arabia Saudí suní y el Irán chií, y sirvió de pretexto a ambos rivales para involucrarse directamente en las distintas guerras abiertas en la región.

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Arabia Saudí. Foto: EFE.

EFE

Las guerras civiles de Siria y del Yemen, donde los distintos contendientes difieren tanto política como religiosamente, han sido los detonantes para que tanto Teherán como Riad intervengan sobre el terreno a favor de la parte de su mismo credo.

En el Yemen, Arabia Saudí, con el apadrinamiento de EEUU, tomó la iniciativa de actuar, el pasado marzo, contra los rebeldes hutíes, una minoría de confesión chií, que habían forzado el exilio del presidente Abdo Rabu Mansur Hadi.

Riad logró arrastrar a ocho regímenes de credo suní: Emiratos, Baréin, Catar, Kuwait, Egipto, Sudán, Marruecos y Jordania.

En un comunicado difundido el 26 de marzo, la alianza suní mantenía que su intervención pretendía proteger al Yemen de las “milicias hutíes, que han sido y continúan siendo una herramienta en manos de una fuerza extranjera”.

Esa fuerza, no era otra que Irán que, según ellos, pretendía imponer “su hegemonía sobre el Yemen y convertirlo en su base para ejercer su influencia sobre la región”.

Por su parte, Irán, con el respaldo de Rusia, aunó bajo su égida a los regímenes chiíes de Irak y Siria, y a la milicia chií libanesa Hizbulá, en defensa de las minorías chiíes de la región.

Estos cuatro países no han dudado en mostrar su apoyo a los hutíes, ni en condenar la intervención de la coalición encabezada por Riad, ni tampoco en involucrarse sobre el terreno, tanto en la lucha contra los yihadistas suníes del Estado Islámico en Irak y Siria, como contra los grupos rebeldes sirios, también de credo suní, que retan al régimen chií de Bachar al Asad.

Además, ambas potencias regionales, que cuentan con los pingües beneficios de los hidrocarburos, se consideran los adalides de un islám en el que no hay cabida para el credo contrario.

El conflicto entre ambos países por imponer su visión teocrática, frenar el avance de la fe suní o chií, según el caso, y contener la influencia política del adversario se remonta al nacimiento de la República Islámica de Irán en 1979, tras la caída del Sah de Persia.

Solo un año después, el reino saudí no dudó en apoyar económicamente al régimen suní iraquí de Sadam Husein, en su guerra contra Irán, que no concluiría hasta 1988.

Precisamente, la caída de Husein en 2003, tras la invasión estadounidense, y el posterior reequilibrio de fuerzas entre la minoría suní que había gobernado hasta entonces y la mayoría chií, que se hizo con el poder, reabriría la caja de Pandora en Oriente Medio.

Solo un año después, las tensiones entre ambos credos se hicieron patentes con unas declaraciones del rey jordano Abdalá II, el 8 de diciembre de 2004, al canal estadounidense MSNBC, en las que advirtió sobre la existencia de lo que denominó la “media luna chií".

“Si hubiera un liderazgo chií en Irak que tuviera relaciones especiales con Irán y si, además, miramos la relación (entre) Siria, Hizbulá y Líbano, entonces tenemos esta nueva media luna que parece que podría ser muy desestabilizadora para los países del golfo (Pérsico) y, en realidad, para toda la región”, dijo el monarca hachemí.

La primera década del siglo XXI sería testigo de un aumento de las tensiones, que se deslizaron hacia una nueva fase de confrontación con el estallido, en 2011, de las primaveras árabes.

Para el experto egipcio en cuestiones religiosas Amr Ezat, el origen del conflicto está, por un lado, en que el islam, a diferencia del cristianismo, no ha reconocido la existencia de un cisma y, por otro lado, a la ausencia de democracia.

“En los países donde el poder es suní, la minoría chií no es solo una minoría religiosa, sino que es una minoría que tiene una visión diferente sobre el poder (cuyo origen se remonta a los primeros tiempos del islam). Por eso, se considera una amenaza a la legitimidad del gobernante, y viceversa”, aseguró a Efe Ezat.

La “negación de las minorías religiosas” musulmanas tanto en los regímenes suníes como en los chiíes implica, según el analista, una falta de igualitarismo y una relación de “vencedores” y de “sometidos”, que hace que estas cuestiones se traten como “amenazas a la seguridad y a la unidad nacionales”.

A juicio de este experto de la Iniciativa Egipcia de Derechos Personales, la alternativa a esta polarización serían los valores democráticos.

Sin embargo, Ezat considera que los movimientos sociales igualitarios que comenzaron a aflorar en Oriente Medio en 2005 y que estallaron en 2011 se han debilitado, con la tímida excepción de Túnez, por lo que en el futuro próximo -sostiene el experto- esta “polarización sectaria aumentará".

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