Por Mario Rubén Álvarez - alva@uhora.com.py
Con el cese de fuego convenido por los gobiernos de Bolivia y Paraguay el 12 de junio de 1935, en las trincheras, había acabado la Guerra del Chaco. En los papeles, con la firma del Tratado de Paz, un capítulo terminaría en 1938, pero su fin verdadero se produjo hace tan solo cuatro años, el 27 de abril de 2009, cuando quedaron establecidos los límites definitivos entre ambas naciones.
“Péina ko la guerra opa/ py’aguapy ou jeýta”, decía en Penera’arôvo el poeta y, ya entonces, excombatiente Emiliano R. Fernández.
Quien conversó con el viento en Reténpe pyhare en el hondo -y siempre amenazante- silencio chaqueño, y retrató en palabras la bravura del Regimiento de Infantería n.º 13, al que pertenecía, en R. I. 13 Tujutî, volvía a sus antiguos trajines, a los caminos polvorientos, que recorrería sin fatiga y sin tregua.
Visionario como era, el ta’ýra de Estigarribia habla en aquel poema de guardar los cañones, morteros, balas, fusiles, machetes y yataganes, para mirar hacia un futuro sin sed, sin hambre, sin emboscadas y sin el acecho permanente de la muerte.
Emiliano creía que si en la paz hubiese la unidad desplegada en el conflicto bélico, la patria recuperaría lo que había perdido en tres años infernales.
“Guerrakue ñamyengoviáta”, soñaba.
Advertía, sin embargo, a sus camaradas que se cuidaran de los “políticos tujukue”, aquellos que solo miran el “engrandecimiento” de sus fortunas, sin que les importe que la mayoría siga bebiendo el amargo licor de la pobreza.
“Umíva korasôme oime/ mbói chini ojapakuáva”, continuaba. En sus corazones -en el de los políticos- hay víboras enroscadas, dispuestas a envenenar al país.
Una de las razones por las que Emiliano permanece tan vivo es porque su verbo goza de una certera actualidad. En 1935, durante el gobierno de Eusebio Ayala, apuntaba su artillería contra la podredumbre de la clase política... 78 años después, la película cuenta el mismo cuento.
El tiempo transcurrido, desafortunadamente, no cristalizó el sueño de unidad en la paz del Tirteo verdeolivo.
Por el contrario, con las revoluciones -que no eran sino guerras fratricidas, continuaciones armadas de las rencillas ideológicas- de 1936 y, sobre todo, la de 1947 la concordia sufrió terribles mazazos. La dictadura del sanguinario general Alfredo Stroessner fue el corolario de la distancia cada vez más grande entre los intereses de los gobernantes y las aspiraciones de desarrollo de los gobernados.
Esos “políticos tujukue”, aviborados, no se fueron nunca. Siguen allí con su veneno alerta para emponzoñar al país.