Y, además, sabe que debe cuidar las formas. Todo funciona de modo aparentemente natural. Hay un juicio público, hay prensa, hay agentes fiscales que acusan, hay derecho a la defensa y hay jueces que escuchan con atención. Toda la formalidad está, lo que falta es la justicia. Esta se reserva para los casos en los que no hay amigos involucrados. En los otros, el sistema elige el método con menos efectos colaterales para llegar a la impunidad.
Por lo general, recurre a la vieja conocida: Debilidades de la acusación fiscal asociadas a jueces benevolentes. Por eso en el “trabajo” fiscal hay olvidos, ausencia de líneas coherentes de investigación, contradicciones y potenciales pruebas dejadas inexplicablemente de lado. Cuando se llega al estado de sentencia los jueces se “lamentan” de tener en sus manos elementos probatorios tan endebles y recuerdan que no pueden sancionar sin pruebas.
De este modo, las responsabilidades se difuminan. ¿A quién culpar? ¿A los fiscales que hicieron la investigación? En el caso audios fueron tantos los Quiñónez Boys que intervinieron… ¿A los jueces? Dirán que condena hubo, aunque la pena sea exigua. La culpa de la impunidad es del sistema, que no falla. Pero el sistema es una abstracción, así que nadie tiene la culpa.
Fíjese que estamos hablando del más espantoso caso de corrupción judicial que hayamos conocido. Hablamos de quienes convirtieron al Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados en una cloaca pestilente manipulando sentencias, traficando influencias y extorsionando a jueces y fiscales. El sistema sabía que un escándalo de esta magnitud no podía terminar con la simple absolución. Todo estaba calculado para evitar escraches o tapas de diarios. Habría castigo, pero mínimo, ningún amigo pisaría la cárcel. El sistema sería perfecto si no fuera porque sus engranajes son humanos. Si las ideas de los jueces fueran expuestas con más claridad conceptual, si tan siquiera el castellano fuera mejor manejado, si emanara de sus palabras el señorío jurídico de los antiguos maestros del Derecho, la sociedad podría haberlos comprendido mejor.
Felizmente, la patética sobreactuación del juez Juan Carlos Zárate, quien votó en disidencia, ayudó a entender el ánimo del tribunal. Este ex relator del olvidable Miguel Bajac se explayó interminablemente sobre la legalidad de los audios, tema excluido del juicio desde sus inicios y, por momentos, defendió a Óscar González Daher con más énfasis que sus propios abogados. Pocos se percataron que, al recurrir a doctrinarios del derecho, citó a Bonifacio Ríos Ávalos, casualmente esposo de la profesional que representa al ex senador luqueño. ¿Una boutade judicial?
Este tipo de reverencial obsecuencia frente al poder puede parecer extraño para quien no conozca las peculiaridades de la Justicia paraguaya. Nada nuevo, sin embargo. Recuerde que el año pasado un juez concedió al poderoso González Daher y a su hijo permiso para abandonar su prisión domiciliaria dos días por semana “para trabajar”. ¿Cree usted que tal beneficio le sería otorgado a un ciudadano, común y corriente?
“Zapatero a tus zapatos”, le espetó a Mabel Rehnfeldt, la periodista que dio a conocer aquellos audios reveladores. Fue una burla miserable y prepotente a quien tuvo el mérito de exponer tanta inmundicia judicial. Lo dijo un juez de la República. Es toda una definición del sistema.
Ese sistema solo funciona en la opacidad. Allí donde las complicidades políticas, empresariales y mafiosas no son escrutadas por ojos críticos. El 2021 debe encontrarnos en la lucha por sacarlo a la luz. Solo allí falla el sistema.