13 may. 2024

El silencio cómplice frente a una política sin valores

Las sanciones financieras que sumó Estados Unidos al ex presidente Horacio Cartes y al vicepresidente en ejercicio, Hugo Velázquez, a quienes con anterioridad había designado “significativamente corruptos”, no ha generado ni un atisbo de reflexión dentro del Partido Colorado, a cuyas filas pertenecen ambos. Ni siquiera por parte de algunas de las facciones de la hegemónica y centenaria agrupación política en el poder desde hace más de 70 años.

El hecho representa un síntoma grave que, más allá de una posición corporativa, revela el profundo deterioro moral en que se halla sumido el partido. Desde el momento en que no surge ni una sola voz que proponga un proceso de autocrítica en la institución, significa que todos consideran irrelevantes o, es lo más grave, “normales” las prácticas de soborno, de lavado de activos provenientes del narcotráfico, de sometimiento de la Justicia, de protección a delincuentes y de “compra” de lealtades en el Parlamento para aprobar leyes a medida de los intereses exclusivos de quienes con el dinero tuercen, desvirtúan, corrompen todas las instituciones del país.

Las consecuencias de estas prácticas no son sostenibles. En algún momento deviene en crisis y es cuando se necesita de aquellas voces y posiciones éticas para llamar a las cosas por su nombre y reivindicar que la política sin valores condena a un país al atraso, la pobreza, la ignorancia, el autoritarismo, la corrupción generalizada y la impunidad total. Y es que hasta la Justicia se somete al mejor postor. Venimos padeciendo todo esto en el Paraguay desde hace décadas. Tanto tiempo ya, que no nos sorprende que un gobierno extranjero nos diga que Cartes basa su actuación en política en un esquema de soborno enquistado ya a estas alturas en el Congreso. Que alquila la voluntad de legisladores hasta de la oposición.

Tal sometimiento legislativo, a su vez, nos coloca frente a otro hecho sumamente grave: la constatación de que el endémico vaciamiento de valores no es exclusivo del Partido Colorado sino que se ha extendido, como un virus, a otras nucleaciones políticas que podrían constituirse en alternativas.

Abrirse paso en este fangoso terreno es de valientes en estos momentos. Por eso, merecen consideración y respeto las contadas personas que no solo con un discurso sino una conducta encuadrados en valores tienen el coraje de candidatarse a cargos electivos, aún en estas circunstancias tan deterioradas de la política paraguaya.

La crisis de valores coloca como modelos exitosos de políticos y empresarios a personas que no tienen empachos en asociarse a la delincuencia para amasar su fortuna, insertarse en nuevas rutas del crimen, mantener las ya conquistadas y comprar funcionarios en todas las instituciones –y fuera de ellas– para blindarse y proteger sus negocios espurios y aumentar el poder. Tan extendido está este esquema, que se ha naturalizado en el Paraguay.

Por eso dentro de los partidos políticos no existe un debate ético, no se habla de estos temas, sino se los asume como parte de una práctica política donde todo vale, donde el trato apu’a, el trato kure, la repartija de dinero fácil y sucio para granjearse lealtades son plenamente admitidas y hasta aplaudidas.

Haber llegado a tal nivel de podredumbre urge no solo una sino miles de campañas para instalar o al menos recordar que en toda actividad humana hay principios innegociables y valores insustituibles. Más aún en el ejercicio del poder político. La tarea es enorme y debe involucrar a las pocas instituciones no totalmente contaminadas por el virus de la corrupción y dirigentes honestos de distintos ámbitos.

Si no se aprovecha esta coyuntura para distinguir entre conductas rectas y torcidas y demostrar por qué razones quienes abusan del poder dañan y nos fastidian la vida a la mayoría, continuaremos yendo para atrás, aumentando la lista de ricos exprés y abriendo por completo las puertas del país a cuantas mafias haya y surjan.

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