20 ago. 2025

El profesor Emerson y el doctor Barbero

Antes del séptimo día

Hace algunos años, en una capital departamental que no revelaré, fui invitado por amigos médicos a participar de un acontecimiento social. Como contrapartida al alojamiento, me solicitaron que dedique la mañana del sábado a dar algunas clases a los alumnos del sexto curso de la Facultad de Medicina local. Accedí, por supuesto, y pregunté sobre los temas que debía preparar. La respuesta fue esclarecedora: “los que quieras; vas a ser el primer y último hematólogo que verán en toda su carrera”. Era octubre. Aquellos chicos se recibían de médicos en dos meses más.

Si aquello me asombró, fue solo porque aún no sabía lo que ocurriría años después. Hoy debo reconocer que aquella novel facultad, pese a esos problemas de recursos humanos, tenía el nivel de Harvard o Cambridge, comparando con lo que vendría.

La investigación que Susana Oviedo está publicando sobre el nivel de nuestras facultades de Medicina, superó mis peores predicciones. Cuando el Parlamento declaró bárbaramente so’o el control estatal sobre las universidades privadas, era lógico que algo así ocurriera. Pero jamás supuse que se llegaría a un caos tan perfecto en el que el Estado ni siquiera sabría cuántas facultades de Medicina hay en el país.

Esa era una pregunta que, desde hace tiempo, venía haciendo a varios catedráticos de dicha carrera.

La respuesta era vaga, “unas catorce o quince”. Pero, entonces, ¿de dónde sacaban profesores capacitados aquellas ubicadas en regiones con poquísimos médicos y hospitales? Ahora que sé que son veinte, mi duda se acrecentaba. Hasta que apareció la historia del doctor Emerson y todo se aclaró.

Se trata de un joven brasileño que egresó el año pasado de la Facultad de Medicina de Villarrica e, inmediatamente, se transformó en profesor de las asignaturas de Anatomía Descriptiva e Histología Humana en una facultad privada de Pedro Juan Caballero.

Puede que al lector no médico le resulte difícil dimensionar lo absurdo de la situación. Intentaré ejemplificarlo. Si Emerson se hubiera recibido en la Facultad de Medicina de la UNA, estaría cumpliendo su internado rotatorio. Luego vendrían de uno a tres años de residencia médica y otros más de especialización, dentro o fuera del país. Solo entonces podría presentar una tesis que lo habilitaría para ser profesor asistente, con lo cual empezaría a impartir clases. Para lo cual, tendría que haber aprobado un engorroso curso de didáctica. Cinco años después, podría aspirar a ser profesor adjunto y, años más tarde, titular. El sistema de concursos en Facultad de Medicina de la UNA se ha deteriorado mucho, pero la estructura básica es la misma. Allí, al profesor Emerson, le estarían faltando -como mínimo- unos diez años de conscripción y experiencia antes de ser encargado de una cátedra.

Al colega Emerson le guardo respeto. Su fulgurante carrera docente solamente fue superada por el doctor Andrés Barbero, quien se recibió de médico en 1903, fue encargado de cátedra siendo estudiante y decano de la Facultad de Medicina dos años después. Pero, claro, a comienzos de siglo, los dedos de dos manos sobraban para contar a los médicos paraguayos en condiciones de ocupar el cargo.

Y Barbero era farmacéutico desde 1898 y un científico y humanista que dejó una estela increíble de aportes al Paraguay. Fue intendente de Asunción, ministro de Economía, fundador de la Cruz Roja Paraguaya y de muchas instituciones filantrópicas.

Puede que yo esté prejuzgando al profesor Emerson. Pero es más probable que el doctor Barbero se esté revolviendo de indignación en su tumba.