La causa de la ruptura —la necesidad o no de convocar a una convención extraordinaria— podría haber sido resuelta mediante el diálogo, si hubiese existido alguna voluntad de entendimiento. Sin embargo, ninguno de los frentes tiene interés en ello, pues ambos están abocados a la destrucción del otro. La genética liberal que los impulsa al canibalismo no es un mito. Es una autoimpuesta tranquera infranqueable que les impide acceder al poder.
Los candidatos a intendentes desean desdoblar las elecciones internas de las municipales. El llanismo se ha montado a este reclamo, sabiendo que no es del agrado del efrainismo, que domina el Directorio. La convención puede ser convocada por la mayoría absoluta de los convencionales, pero el Directorio concluyó que la solicitud no alcanzaba ese número.
El llanismo lo tiene claro: la convención se hará, más allá de que no se respeten los plazos ni los formalismos. Blas Llano explicó que si el presidente del Directorio no la convocaba, lo podría hacer el vicepresidente, Pakova Ledesma, pese a que este fue excluido del Directorio liberal en mayo pasado. Ya nombraron incluso a una presidenta del comité de organización, quien prepara distintas sedes de votación en los 17 departamentos y anuncian que “instarán” al Tribunal Electoral Independiente (TEI) a supervisar el acto asambleario y eleccionario.
Si ocurre, será un atropello legal. Con un agravante que asegurará el caos institucional: todo se hará en modo Covid. ¿Quién podría imaginarse que la pandemia nos obligaría a añorar aquellas tumultuosas asambleas partidarias en las que volaban sillas y se repartían moquetes? Eran más democráticas que estas discusiones telemáticas en las que es tan fácil imponer la voluntad del organizador.
Un quiebre profundo llevará la existencia de dos autoridades partidarias reclamando legitimidad. Entonces, el pantano liberal puede terminar en el Tribunal Superior de Justicia Electoral, con lo cual se reprisaría la travesía liberal del desierto stronista desde la primera división partidaria en 1962 hasta la reunificación casi tres décadas después.
Durante todo ese tiempo, una justicia electoral manejada por colorados dictaminaba cuál facción liberal era legal y cuál, irregular. En esa época existía un límite ético y de coherencia política entre los “participacionistas” y “abstencionistas”. Los primeros quedaron en el abyecto basurero de la historia con la caída de Stroessner. Los segundos perdieron su referencia política capital —la valentía ante el stronismo— y se fueron pareciendo cada vez más a los pillos colorados.
Hoy, la diferencia no es tan nítida. Alegre ve la mano de Cartes en los movimientos de Llano. De hecho, los medios de comunicación de Cartes actúan como prensa amiga. Y, desde el llanismo, se denuncia que el personalismo de Alegre impide fortalecer alianzas interpartidarias. Eso, mientras lo llevan a pasear a Norman Harrison, probando su potencial como Cartes liberal.
“Es cambiante la política”, dice un viejo ñe’enga paraguayo. Lo que no cambia es la vocación antropofágica de los liberales.