Por Gloria B. Rolón L. - grolon@uhora.com.py
Siempre sostuve -y sigo sosteniendo- que nuestras autoridades en general, y las que integran el Congreso Nacional en particular, son el espejo de la sociedad que construimos y fortalecemos -cotidianamente- todos los que la conformamos.
Es simple. Esas personas surgen de ella (no son extraterrestres ni brotaron por generación espontánea), y si están donde están, es porque la mayoría de los electores y electoras los ubicaron allí.
El Parlamento, por ejemplo, no es sino una maqueta de nuestro querido “Paraguay profundo": repleto de señores y señoras con un nivel de formación que raya la mediocridad -por supuesto que existen honrosas excepciones-, y para quienes la ética y la honestidad son términos casi desconocidos y su práctica, alejada de su cotidianidad.
Por eso no debe sorprendernos que casi el diez por ciento de los legisladores electos un mes atrás, tengan cuentas pendientes con la Justicia (son investigados por hechos que van desde evasión de impuestos, pasando por lesión de confianza, omisión de auxilio y ¡¡¡hasta asesinato!!!).
¡Ojo!, no me malinterprete. No los estoy justificando (a los legisladores investigados, digo). A donde apunto es a que, además de criticarlos -y si usted quiere incluso escracharlos públicamente-, comencemos también a cuestionarnos nosotros mismos como sociedad.
Preguntarnos, seria y profundamente, ¿por qué esta sociedad en la que vivimos se muestra tan permisiva con la corrupción?, por ejemplo. ¿Qué es lo que falla en nuestro sistema de formación y, por ende, de valores, que hace que toleremos hechos como los mencionados?
Y, por supuesto, paralelamente y de la manera más rápida posible, proponer y presionar soluciones.
Para que no me diga que solo critico y no tengo “planteos proactivos” (como dicen las oenegés), sugiero, por ejemplo, que en la ya anunciada próxima Constituyente se establezca un mecanismo de remoción de legisladores, tal como lo tienen varios países democráticos y con sociedades más críticas.