19 abr. 2024

El pan nuestro de cada día

Brigitte Colmán – @lakolman

La pandemia por el Covid-19 es una catástrofe de proporciones que aún no es posible dimensionar. Sin embargo, también está sirviendo para desnudar realidades de la antigua normalidad, como es el caso de las condiciones de trabajo en un país que parece haber quedado suspendido en una eterna edad media.

Como es el caso del hijo de una amiga que trabajó en algunos restaurantes de Asunción y al cual siempre le prometían IPS, pero que al final nunca le incluían.

En uno de esos lugares le mantenían incomunicado; le sacaban el celular, además de la propina si se equivocaban en algo. El contrato era por 8 horas, pero si se extendía porque justo llegó un cliente a última hora se tenían que quedar lo que hiciera falta, y nadie abandonaba el lugar antes de haberlo limpiado.

Cuando llegaba la hora en que le quitaban los grilletes, metafóricos, ya eran las 3 de la madrugada, y todos sabemos que en este país a esa hora no hay transporte público. En el caso del muchacho, su mamá lo iba a buscar y de paso le acercaban a su casa a una compañera. Pero la mayoría de los trabajadores tenían que esperar en alguna estación de servicio a que amaneciera y apareciera el primer bus a las cinco de la mañana.

Habiendo pasado el horario de trabajo, nunca les pagaban por las horas extras, y si a eso le restás los descuentos por haber roto algo, pues el salario resultaba mucho menos que el mínimo.

A esta rutina sumale que, si sos mujer, durante el día seguirás trabajando en tu casa; cocinando, limpiando, criando hijos y marido, lavando ropas y baños, hasta que llega la hora de ir al trabajo mal pagado donde volverás a trabajar hasta las 3 de la mañana, y así la misma rutina en un bucle sin fin.

O te puede pasar lo que está viviendo el marido de una prima, quien después de más de cien días de cuarentena de haberse quedado sin trabajo porque la empresa les suspendió, ahora está aliviado porque volvió a trabajar. El pequeño detalle es que, si bien recibe el mismo salario, la plantilla se redujo drásticamente y para compensar la ausencia de decenas de compañeros que no fueron recontratados, ahora todos tienen que trabajar al menos 12 horas sin cobrar por las horas extras.

¿Cuántos están viviendo estas o peores experiencias de trabajo? ¿Conocen las autoridades de Trabajo de las realidades laborales en plena crisis? Pues yo apostaría que siguen sin tener idea, y menos aún de cuál es su responsabilidad.

Nunca antes como ahora se hizo tan difícil ganarse el pan de cada día. Porque en la vieja normalidad del Paraguay, menos del 25% de la población ocupada cotizaba al IPS, mientras que el 65% trabaja de manera informal. Esos datos se los debemos a los inútiles que nos gobernaron antes y a los que nos gobiernan ahora. Porque son ellos quienes deben velar porque se respeten los derechos de la ciudadanía.

Abandonados a su suerte, miles de paraguayos y paraguayas hacen lo que pueden para sobrevivir lo más dignamente que se les permite. Mientras tanto, en los círculos del poder resuenan los discursos de unidad que solo encubren impunidad para los mismos de siempre. ¿Para qué elegir entre Honor Colorado y Añetete, si al final van a terminar abrazados, rifándose el país entre ellos y sus amiguitos.

En medio de la crisis que está golpeando a trabajadores y sectores sociales, el presidente Abdo y el ex presidente Cartes siguen con su agenda política para asegurar la permanencia del Partido Colorado en el poder.

En el país de las maravillas en el que viven nuestros políticos, no existen enfermos de cáncer sin medicamentos, ni inseguridad; no faltan camas de terapia ni respiradores, no hay trabajo precario; ahí solo hay reparto de cupos de poder, y licitaciones para los amigos. No les importan los problemas de la gente, de los que sumisos los votan cada cinco años.

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