19 abr. 2024

El Olimpia y su ballet

Momento soñado. Mario Ramírez y Raúl Amarilla levantan la 2ª Libertadores franjeada.

Momento soñado. Mario Ramírez y Raúl Amarilla levantan la 2ª Libertadores franjeada.

La segunda Copa Libertadores ganada por Olimpia en 1990 comenzó a gestarse tres años antes. De alguna manera, fue la consecuencia del éxito local de su tradicional adversario, Cerro Porteño. En 1987, el Ciclón había sido campeón después de una década seca, imponiéndose en las tres ruedas del campeonato, llenando los estadios y jugando mejor que todos.

“En diciembre, Osvaldo se incendió”, revela el ex directivo Óscar Vicente Scavone en el libro de memorias de Osvaldo Domínguez Dibb, publicado este año y titulado Mi vida. Agriado por la inobjetable coronación azulgrana, el entonces presidente del Olimpia convocó a una reunión de directivos y benefactores en el quincho de Para Uno. El motivo era bien específico: hacer una “vaca” y traer de vuelta a Luis Alberto Cubilla, el director técnico con quien el club había tocado el cielo futbolístico una década antes.

Apenas finalizado el partido consagratorio en Guayaquil contra el Barcelona de Ecuador, el 10 de octubre de 1990, Cubilla se remontó al inicio del proceso. En los pasillos del Coloso del Salado, le dijo a ÚH: “Hace tres años que Osvaldo Domínguez fue a buscarme en mi negocio y me ilusionó con salir campeón de la Copa. Acepté el desafío y en cierta forma me siento muy contento por esta alegría que le hemos dado al pueblo paraguayo”, se emocionó el uruguayo.

Pero en lo que atañe a la Copa, las cosas no fueron bien en 1988. A pesar del arribo de futbolistas de jerarquía, del certamen doméstico ganado aquel año, fuera de las fronteras Olimpia tuvo una de las actuaciones más pobres de su historia. Fue último en la fase de grupos, detrás de Oriente Petrolero, Bolívar y Cerro Porteño, en ese orden. Había mucho que mejorar para concretar las altas aspiraciones internacionales.

El año de clic. 1989, sin embargo, fue diferente. Con la llegada un año antes de Raúl Vicente Amarilla, repatriado del Barcelona español, el equipo ganó en jerarquía y gol. Volvió a ser campeón local y arañó la Copa contra Atlético Nacional de Colombia. La base del 90, con la inclusión de un juvenil y cerebral Luis Alberto Monzón y una mejorada defensa, estaba armada.

El entonces capitán Jorge Guasch rememora para ÚH, treinta años después, desde su casa de Itá: “Con todos los refuerzos que tuvimos en la Copa del 88, nos eliminamos. Igual se aguantó, el presidente confió en nosotros. Pero hubo un ultimátum”, reconoce. “El grupo era fuerte y después del 89 estaba maduro para campeonar”, sintetiza.

“Veníamos manteniendo el mismo plantel, jugábamos la misma cosa”, continúa el hoy entrenador de niños y jóvenes, ojeador oficial del Olimpia. “Ya sabíamos lo que quería el técnico y teníamos hambre de gloria. Nos decíamos que era nuestra última oportunidad y lo fue. Porque al año siguiente, con la lesión de Raúl (Amarilla) y la desgracia de Adriano (Samaniego, con un disparo de bala accidental en el pie antes de la final de 1991 contra Colo Colo), ya no pudimos ganarla”, reflexiona.

Luego de eliminar a Universidad Católica en cuartos y vengar la derrota del año anterior contra Atlético Nacional en semifinales, en cuatro partidos volcánicos, Olimpia enfrentó en la final al Barcelona ecuatoriano.

En Asunción ganó 2-0. En Guayaquil, empató 1-1. Así consiguió el bicampeonato continental.

Entre lo mental, lo táctico y lo físico, Guasch se inclina por este último aspecto como clave. “Nosotros tuvimos la suerte de lesionarnos poco. Había solo cambios tácticos. Ni gripe teníamos, estábamos muy bien físicamente, así nomás es. Después ya manejábamos el mismo sistema, sabíamos en qué momento salir a presionar, en qué momento respirar en tres cuartos de cancha, cuándo hacer la pausa con la pelota. Éramos todos jugadores hechos”.

—¿Cuál fue el partido más difícil?

—La final siempre es. Ahí tenés que demostrar todo lo que hiciste antes. Solo siendo campeón podés decir que fuiste el mejor. Para el Olimpia los segundos puestos no existen. Desde las inferiores estoy allí y eso siempre fue así. Por eso, todos los partidos de esa campaña fueron para nosotros finales.

—¿Cómo se ganaban estos partidos?

—Tenés que jugar con inteligencia, con mucha actitud, con carácter. Podés tener altibajos durante el juego, pero hay que estar preparados en lo anímico y en lo táctico. Ahí sobresalíamos nosotros.


Samaniego y los huevos revueltos
En el citado libro de Domínguez Dibb, escrito en colaboración del periodista Hugo Vigray, se recuerda que horas antes de la revancha en Guayaquil Adriano Samaniego había sido separado del equipo por Cubilla. El motivo: haber infringido la dieta y desayunado huevos revueltos.
“Sí, así mismo fue”, confirma Guasch para ÚH, entre risas. “Desayunábamos en la habitación del preparador físico (Alejandro Riccino). Hablamos bien antes, desayuno normal, café con leche, tostada, incluso llevaron la leche de Paraguay. Y Adriano amaneció, no sé qué bicho le picó, con huevos revueltos. Riccino le quitó el desayuno y ahí empezó todo. Hasta las 5 de la tarde Adriano no estaba en el equipo titular. Estaba decidido El Negro, aunque era su hijo mimado. Reunión de Cubilla con jugadores, de Cubilla con Osvaldo. Después habló Adriano con Cubilla, terminó pidiendo disculpas y jugando”.


Hace 30 años Olimpia ganaba su segunda Copa Libertadores.

7
fueron los goles que hizo Adriano Samaniego para ser el goleador de la edición 1990. Amarilla hizo 6.

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