Una conversación con un ex comandante de las tropas israelíes en el Líbano, el ex general y actual ministro sin cartera Yossi Peled y con un activista nacido en Argentina Danny Dayan, quien se define como “un ferviente sionista”, confirmaron una de mis peores sospechas: el conflicto entre judíos y árabes está lejos de resolverse, incluso si surgiera hoy un Estado palestino. Ambos representan con un gran sector de la población de este país la convicción que aquí en Judea Samaria está el “corazón de Israel” y no están dispuestos a entregar estas tierras a sus vecinos los palestinos, de quienes están separados ahora en ciertos espacios por un criticado muro levantado entre ambos territorios.
“La integridad de Israel está por sobre todas las cosas” me dice el general tanquista Peled, quien descubrió a los 18 años en Bélgica que no era cristiano sino judío y que toda su familia había sido exterminada en Auschwitz. Para él, las cosas no son tan simples y el actual primer ministro Netanyahu interpreta la mayoría de esta nación que básicamente no confía en sus primos los árabes. Afirman que le dieron todo pero igual siguen bombardeando. Para muchos como él, la situación de conflicto dista bastante de solucionarse a pesar de que temen que la presión que aplique EEUU termine por ejercer lo que califican “una influencia negativa sobre Israel como lo fue la administración Carter”. Aquí todos hablan en tono de preocupación por sobre la posibilidad de un conflicto próximo con Irán, sobre el que afirman debe ser detenido en su afán de producir una bomba nuclear capaz de borrar del mapa a Israel e incluso impactar en sus vecinos. Desconfían de Hizbollah cuyo brazo largo, según me dicen, llega hasta Paraguay. Hablan de que Venezuela los apoya y que operan con mecanismos financieros desde Ciudad del Este. Para Peled, próximo a cumplir 70 años, el Líbano podría haber sido el mejor país del mundo, pero que desafortunadamente la capacidad de división interna ha terminado con su potencial.
Shimon Shiffer, uno de los columnistas mas leídos de este país, afirma que tanto él que emigró de Hungría y su hijo que es mayor del ejército como su nieto deben acostumbrarse a vivir en guerra y que “esto no tiene solución”. Danny Dayan vino de la Argentina, economista, decidió mudarse a vivir en uno de los asentamientos criticados por provocar la reacción de los árabes. Desde las alturas donde reside se puede observar Tel Aviv y el aeropuerto Ben Gurión. Me dice que si entregaran esto a los árabes, terminarían por volar ese centro urbano. Se califica como un sionista ferviente, alguien dispuesto a luchar y defender por la fuerza lo que les ha costado más de 2 mil años conseguirlo. Dejó el confort de la ciudad para vivir junto con otros 8 mil judíos en estos asentamientos donde el nivel de seguridad aparece en los mínimos detalles. “Conozco muy bien cómo piensan los fundamentalistas árabes y los respeto. Ellos tienen derecho como yo a luchar por estas tierras”, me dice para reforzar el concepto de que no saldrán de estos sitios sin dar una batalla incluso al interior del Gobierno de Israel. En este país los nacionalistas que tiene distintos matices podrían ser más del 30% de la población. Para ellos, nada es negociable y los árabes no son confiables. Dicen que no son capaces de auto administrarse y citan a Gaza como ejemplo. Tampoco los consideran capaces de entender sus modelos de producción porque “tienen un universo mental diferente y hacen las cosas de manera distinta” afirman mientras comercian algunos productos con sus vecinos árabes con quienes comparten una desconfianza común.
El nacionalismo judío ha sido cuestionado duramente por los propios habitantes de este país, quienes dicen que no crea las condiciones para una vida armónica. El kibbutz de Ga´ash Ezra Rabin es uno de ellos; se reafirma un pacifista a sus 80 años. Para ellos, la “tierra prometida”, cuya historia se cuenta en el museo de la diáspora en la Universidad de Tel Aviv, solo admite una cosa: lucha. Nunca bajar los brazos porque la historia, la madre de todo, les ha mostrado que cuando lo hicieron, perdieron. Es toda una forma de vida, de cultura, de esa carga donde lo emocional muchas veces supera lo racional. Dayan no se incomoda en definirse como uno de los que piensan que hay que buscar equilibrios y que la constitución de un Estado palestino no significa para nada lograr eso. Mientras tanto mira al pasado de donde se nutre su racionalidad nacionalista desde la que comprende a los que piensan con su misma lógica desde el otro bando en conflicto.