“Restos de la vieja misión de los jesuitas, cinco revoluciones o intentos de revoluciones desde 1935, el Estado totalitario transportado al centro de América del Sur”. Así definió nuestro país y su interés.
El 3 de enero de 1968, en una crónica del Daily Telegraph Magazine, aparece de nuevo Paraguay en su panorama. Escribe sobre “agentes judíos a la caza de criminales de guerra (nazis) en las colonias alemanas de Encarnación”. También escribe sobre el Dr. Francia, sobre los López. Resume la censura del stronismo de esta manera: “No se debe atacar al presidente, ni a los Estados Unidos”.
A mediados de aquel año, Greene conversó sobre Paraguay con el cineasta y productor brasileño Alberto Cavalcanti. Este es un país oculto, el único de Sudamérica que mantuvo la lengua indígena y su música, le explicó el director de O canto do mar. También le habló, según una carta del escritor a su amante Yvonne Cloetta, de historias bizarras del otro lado de la frontera. Quien estaba dándole término a Viajes con mi tía, decidió entonces cambiar su plan literario original. Se preparó para conocer, por fin, Paraguay. Para encontrar aquí el final de su novela de 1972.
“Amor mío, esta será quizá la última carta que te envío, pues las comunicaciones desde Paraguay son muy malas”, escribió en agosto, desde Corrientes. Antes había estado hospedado en la quinta de la también escritora Victoria Ocampo, en Buenos Aires. A punto de entrar al país, Greene parecía más bien un personaje extranjero de Roa Bastos dispuesto a perderse en las tierras misteriosas de El Supremo.
El novelista se hospedó en el Gran Hotel del Paraguay, el 5 de agosto de 1968. Conoció las viejas misiones jesuíticas y, por supuesto, paseó por Asunción. El personaje principal y narrador de Viajes con mi tía, por su parte, arriba al país de visita, para despejarse del mundo. En una de sus caminatas, el 14 o 15 de mayo, pasa frente al local del Partido Colorado, entre la multitud que adula a Stroessner. Sobresale en el bolsillo del saco un pañuelo rojo que su tía le ha conminado a llevar consigo, por las dudas. Para que no lo confundan con un opositor. Con ese trapo, el hombre tiene la peregrina idea de sonarse la nariz frente al local partidario. El ciudadano inglés es inmediatamente apresado por la ofensa.
En las cartas del escritor y en la biografía de Norman Sherry no se hace mención del episodio que pudo haber inspirado el pasaje. Sin embargo, el padre del artista paraguayo Fredi Casco tiene algo que aportar. Conversó una noche con el novelista inglés en Asunción. Este le confesó que “un grupo de policías encubiertos le habían arrebatado su cámara frente a la oficina del Partido Colorado, justo en el momento en que él se disponía a documentar un desfile”.
Casco encontró tiempo después, en el Archivo del Terror, fotografías y negativos incautados de la Asociación Nacional Republicana. Con citas de Viajes con mi tía y estos fogonazos anónimos de cámaras sobre marchas y ágapes de apoyo al régimen, diseñó Bienvenido, hermano extranjero (2019), serie donde imagen y texto devuelven, de una manera oblicua, la cámara perdida de Greene y, tal vez, a su personaje desagravia con la ironía parte de El retorno de los brujos (2011), un heterodoxo ejercicio de la memoria de Casco.
La Fiscalía paraguaya, por otro lado, sigue en las mismas de la novela de Greene. Investiga a quienes envían flores irónicas a la ANR. Imputa a escritores que, literalmente, no se tapan la boca y hablan. La Policía, durante todo este tiempo de democracia restringida, también se dedicó a la misma vergonzosa barbarie de la novela de Graham Greene.