El célebre cómico del cine mudo que arrancaba sonrisas con su entrañable Charlot estrenó el 15 de octubre de 1940 en Nueva York su cinta El gran dictador, una obra que se mofaba de las ambiciones totalitarias de los fascismos europeos y terminaba con uno de los mejores discursos de la historia del séptimo arte.
El alegato de más de cuatro minutos con el que Chaplin concluía el filme era una llamada a favor de la democracia, las libertades, la hermandad de los pueblos y contra la avaricia, el odio y la intolerancia.
criticado. Al actor, El gran dictador le supuso ser calificado como propagandista contrario a los intereses de EEUU por las autoridades estadounidenses, quienes en 1952 le llegaron a prohibir su regreso al país donde había vivido durante 40 años.
El antifascismo que emanaba de El gran dictador se entendió como un procomunismo encubierto, y muchos juzgaron por ello a Chaplin, quien pasó a engrosar la lista negra de artistas vetados por Hollywood. El argumento del filme se centraba en dos historias, la de un barbero que vivía en un gueto en un país imaginario llamado Tomania, y la del ambicioso líder de ese estado, el dictador Hynkel, ambos personajes interpretados por Chaplin.
Tomania era una alusión a Alemania; Hynkel, a Hitler; y el barbero simbolizaba la víctima de la tiranía.
Chaplin hizo que Hynkel y el barbero fueran físicamente semejantes para poder intercambiar sus roles, de tal forma que una casualidad hiciera que al final el opresor fuera arrestado por sus soldados y el oprimido ocupara su lugar en el clímax del filme.
El gran dictador gustó a los críticos de cine de la época, no así su solemne discurso final, que se contempló como una extravagancia que carecía de sentido dentro de la historia, aunque su mensaje, sin embargo, sí encontraría su sitio para la posteridad. EFE