En una mañana luqueña de hace unas semanas, un masakaragua’i se posó entre nosotros. Llevaba en el pico un gusanillo y daba saltitos; primero en el suelo y luego en el respaldo de uno de los bancos de madera. En la casa hay tres de esos asientos. Mi hijo menor le acababa de imprimir su nombre a uno, ese en el que desplegaba el ave minúscula su color pardo.
Siempre que veo aves pienso en El Doctor. El árbol de mango bajo el que estaba con mi hijo y una primita suya es un atractivo refugio de paso para varias especies. Si él viera este minúsculo ejemplar, lo describiría como . Así lo hace en su clásico libro. O diría sin pudor: . Y le agregaría algo de: así, con esa de los tiempos de Francisco de Quevedo. También utilizaría el imposible , que no se encuentra en ningún lado pero que su recoge, envalentonada. “Jamás se interna en los bosques”, informa allí. Por eso el masakaragua’i estaba frente a nosotros, igual a como El Doctor lo describió él en 1956: “llevando la cola levantada y sin asustarse de las gentes”.
Sin temor a que emprendiera el vuelo con mi anuncio en voz alta, les señalé el animal a la niña y al niño. Él estaba colgado de una rama, su pelo lacio derramado; ella en una hamaca, toda rulos. Él se enterneció sonoramente y ella se emocionó como si tuviera el masakaragua’i en sus manos. Pero ahora el ave estaba en el rombo exacto del tejido, detrás del que se veía un espléndido día de fines de octubre.
Entonces recordé que El Poeta de las Aves del Paraguay también, desde su júbilo difícil, escribió sobre este pajarito que suele entrometerse en las casas.
Si El Doctor dice que no va a los bosques, El Poeta escribe que esa es . La llama y también le dice al ave. Pero en donde más estricto se muestra es cuando ve lo que nosotros vimos, escuchamos: el masakaragua’i .
El Doctor y El Poeta fueron amigos. Este vertió en la Poesía la Ciencia del otro.
—No se debe enjaular a los pájaros— dijo el niño unos minutos después de que se marchara el que recién nos había acompañado. Se veía que lo había pensado un rato.
—Sí, libres tienen que estar— respondió la niña cuando les pregunté una obviedad sobre el encierro.
Mi otra hija apareció en un momento. En la mano tenía el mapa político del Paraguay. Había que estudiar. Sobre la mesa, diferentes periódicos abiertos. Solo algunos departamentos están reflejados en las noticias, pero lo que decían ese día sobre lo que sucede en las ciudades del interior nos dispusimos a leer. En Fuerte Olimpo, capital de Alto Paraguay, es normal que no haya electricidad, por ejemplo. Mientras el presidente de la ANDE, desde Asunción, exhorta a “no planchar de siesta” para ahorrar.
Inesperadamente, el masakaragua’i (el mismo o tal vez otro) entonó de nuevo desde un lugar indeterminado, invisible para nosotros esta vez. El Doctor dice que son 8 a 9 sílabas veloces las de su canto. El Poeta agrega que esas sílabas el ave canora las , las y las .
La fauna y la flora del Paraguay tienen en la ciencia y la literatura su cuarto propio, como es natural. Cuando El Doctor registró miles de voces guaraníes relativas a animales y plantas, cuando El Poeta los fijó en versos, les dieron una humilde (e insuficiente, claro) forma de eternidad ecológica.