29 mar. 2024

El desafío del peregrino

Amanece en el municipio de Edelira, Itapúa. El aire fresco de la madrugada levanta el ánimo. Édgar está ansioso. Hace días se prepara para esta “ofrenda”, como le llama. Se despide de su esposa y transita hacia la ruta. Caminará durante 11 días seguidos hasta llegar a destino, el Santuario de la Virgen de Caacupé, a más de 300 km de su hogar. Su deseo: de rodillas dar gracias por un acontecimiento tan querido como inexplicable en su vida, el que, asegura, fue posible por intercesión de la que con cariño llama “che Tupãsy”.

La crónica publicada en ÚH (23/11/23) explica que la pareja estuvo trabajando por varios años en España, donde incluso llegaron a realizar tratamientos y reiteradas consultas para lograr tener un bebé, pero los médicos no les daban esperanzas. Tras retornar a Paraguay el hombre decidió encomendarse a la Virgencita de Caacupé. Y aquello aconteció y hoy él cumple su promesa.

Testimonios como este se repiten por montones entre los peregrinos. Para algunos “coincidencias”, para otros, “eventos inexplicables”. ¿Qué impulsa a tanta gente a salir de su comodidad y realizar un esfuerzo físico con un espíritu de gratitud?

Al escuchar las entrevistas o leer las crónicas sobre estos devotos se percibe que camina así quien tiene una certeza y una esperanza; lo primero por lo vivido, y lo segundo porque sabe que puede volver a acontecer. Camina agradecido y por ello con un ánimo distinto.

Lo cierto es que peregrina agradecido quien en los ojos y la memoria conserva aquel “regalo” que nunca termina de agradecer. Quizás único e inolvidable, tal vez cotidiano. No lo sabemos. Una cosa es evidente, que quien dice marchar hacia la casa de un ser querido, lo hace decidido y deseoso. Algo de esto se percibe en estos días en la Villa Serrana.

El fenómeno Caacupé, como se lo denomina, quizá también sea motivo de burla o desprecio. Sin embargo, desde una perspectiva desapegada de prejuicios el evento genera preguntas y hasta asombro. No pasa por tener fe sino por reconocer un hecho. Un sitio que une en un mismo camino y similar deseo a hombres y mujeres de todas las edades y estratos sociales, no es un dato menor. Que miles de personas provenientes de sitios diversos, historias y ámbitos variados se pongan en camino para agradecer es un fenómeno, por lo menos, interesante. Está a la vista un gesto cargado de humanidad; expresión sencilla de un pueblo que emprende viaje para agradecer, pedir y esperar un bien.

Nadie camina mejor que un peregrino, pues este avanza con convicción y esperanza, aunque tenga un dolor de por medio; supera sacrificios y los entrega como ofrenda amorosa. Una provocación en un mundo soberbio, en donde el hombre cree hacerse a sí mismo y piensa ser libre cuanto menos depende de otro o menos vínculos establece.

El peregrino camina seguro porque sabe a dónde va; no deambula ni pierde tiempo, quiere llegar. Consciente o inconscientemente, su mirada está puesta en ese lugar en el que se percibe aceptado, querido y hasta perdonado. Es interesante la experiencia del peregrino. Además, él saca a la luz lo bello de nuestra identidad como pueblo.

Pero cada paraguayo y paraguaya que peregrina tiene hoy un gran desafío; uno que debe tomárselo en serio. Y es que aquello que vive en el camino como promesero, esa mirada de esperanza y deseo de bien que impulsan sus pasos hacia la Tupãsy, puedan perdurar en el cotidiano y transformarse en conciencia y trabajo en cada ámbito. No se trata de una moral sino del deseo de corresponder a un abrazo maternal. Como el joven enamorado que busca complacer a la amada. Reconocerse hijos de una misma madre tiene sus implicancias, compromisos y beneficios. Sería vivir en “modo peregrino” en todos los ámbitos. Un desafío importante para quien camina física o espiritualmente hasta el Santuario de Caacupé. Una posibilidad de construir en una sociedad cada vez más empujada hacia la deshumanización.

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