19 abr. 2024

El dengue como síntoma de la mala gestión

Miguel H. López – @miguelhache

El sistema sanitario paraguayo está lanzando una alarma de anticipo de la que teme sea la madre de todas las epidemias de dengue para este verano 2020. Ante el aumento de casos (principalmente en la capital Asunción y el Departamento Central, el más poblado del país), ahora las autoridades presurosas recorren, revisan los hospitales, anuncian aumento de camas para posibles internaciones, más recurso humano y capacitación de 11.000 personales de blanco para atender los casos.

Todo muy bien, pero... Y estamos en enero y los casos vienen dándose desde octubre, en aumento progresivo. Y es verano y por múltiples factores en esta temporada se da cada año el mayor registro de enfermos por esta causa. Dicho de otro modo, hace muchas décadas (poco más de 3) que en la temporada de calor hay epidemia de dengue –con muertos, sin excepción– no solo en Paraguay, sino en la región. Entonces, la pregunta, en cualquier sistema lógico, es: Si ya se conoce la periodicidad, las circunstancias y la virulencia, ¿por qué no se prevé con antelación? ¿Por qué no forma parte de la planificación anticipada?

Explicaciones hay muchas. Ninguna que no quede pegada a excusas que no son otra cosa que mal desempeño o mal Gobierno, ya que están en función de Estado.

En los últimos años las circunstancias en torno al dengue y su incidencia en la población fueron recrudeciendo, no solo por el aumento de casos, sino por la aparición de nuevas variantes de la enfermedad y las imprevisiones. Para esta temporada los tipos anunciados –y que ya están inoculados en el organismo de muchos compatriotas– son el DEN-2 y el DEN-4. El primero, el clásico que ya afectó en anteriores epidemias a millares de personas inmunizándolas ante esa cepa; y el segundo –que ya había hecho su aparición, pero de modo esporádico– hoy amenaza con ser el más agresivo ya que casi nadie aún es inmune a sus efectos, según los especialistas. A estos, vienen asociadas las otras afecciones como el zika y chikungunya, de similares síntomas.

El Estado y los gobiernos sucesivos saben que la batalla contra esta enfermedad pone siempre en desventaja a la población que es la que finalmente paga la imprevisión y el mal desempeño de los hombre y mujeres públicos. Sin embargo cada año la improvisación pareciera ser la regla ante la explosión de afectados por el virus.

En cada temporada la enfermedad causa estragos en la población, porque no solo afecta severamente el sistema inmunológico, sino hiere el sistema sociofamiliar al producirse fallecimientos que quizás pudieron evitarse aplicando diversas medidas anticipadas que no fueron articuladas o desarrolladas preventivamente desde los organismos estatales, departamentales y municipales.

Una circunstancia que si bien tiene un grado importante de verdad, no sería si hubiera un sistema serio de prevención a nivel público, y es el de la persistencia de los criaderos del mosquito vector. Ante la crisis la respuesta más fácil suele ser decir que la población es la culpable o que no coopera en la eliminación. Sin embargo, los mecanismos de disuasión que tiene el Estado para hacer cumplir normas específicas ante la falta de conciencia, no son articulados. Es cierto que la población debe asumir su parte en el combate, pero eso puede ser declarativo ante la actitud generalizada de indiferencia. Entonces, los organismos responsables de ejecutar y velar por la salud pública de la población tienen que aplicar las normativas. En paralelo, también es necesaria la puesta en marcha de un plan comunicacional permanente, incisivo y eficaz por todas las vías de difusión. Universalmente se conoce que la prevención no solo salva vidas sino además ahorra millonarios recursos públicos.

La negligencia en casos tan sensibles como la salud de la población, ampliamente ejemplificable con las epidemias de dengue, convierte la gestión de los funcionarios que tienen poder de decisión en actos criminales.

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