18 abr. 2024

El chiste de Mario Abdo

Luis Bareiro – @luisbareiro

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En la Cámara de Diputados no hay votos para iniciar el juicio político de Mario Abdo.

Foto: Archivo ÚH.

Quizás lo único en lo que todos los paraguayos podemos ponernos de acuerdo con respecto a nuestro actual presidente es que el hombre carga con una yeta descomunal.

Todo lo que podría salir mal, salió mal. Arrancó con una sequía que redujo sustancialmente la producción agrícola, a la que se sumó un desplome de los precios en el mercado internacional. Cosechamos menos, y lo que cosechamos lo vendimos casi a mitad de precio.

Como si no fuera suficiente, Argentina vive otra de sus crisis económicas cíclicas con una caída brutal del peso, lo que literalmente hizo desaparecer la horda de compradores de las provincias vecinas que atestaban saludablemente los centros comerciales en Asunción y Encarnación.

A Brasil no le fue ni le va mejor, y la depreciación del real se tradujo en la agonía de Ciudad del Este, Pedro Juan Caballero y Salto del Guairá.

A ese doloroso e inevitable camino a la recesión, le agregamos la crecida del río con su peregrinación de miles de damnificados y, últimamente, los incendios forestales que provocaron en el Chaco la mayor pérdida de bosques de la historia.

Convengamos en que con esta tormenta perfecta en su primer año de gobierno, es imposible que un presidente salga bien parado. Es previsible y lógico que se resientan sus niveles de popularidad. Pero también es cierto que si esos niveles caen hasta en un ochenta por ciento, algo está haciendo terriblemente mal.

Y esto es lo segundo en lo que la mayoría de los paraguayos seguramente estaremos de acuerdo con respecto al presidente Mario Abdo: que el hombre mantiene una actitud casi suicida permitiéndose –y permitiendo a su entorno– la comisión de una seguidilla de errores (por decir lo menos) absolutamente inadmisibles, sobre todo en una situación de crisis.

Hasta ahora no han podido salir del todo del escándalo del acta de Itaipú.

Hay que ser terriblemente torpe para convertir una simple negociación para la contratación de energía en causal de juicio político. Marito podría haber zafado del culebrón si exhibía las cabezas que cortó como un duro ejemplo de cómo se pagan los errores o las traiciones, y no morigerando las salidas –como hizo–, dándoles la oportunidad de renunciar. Parecía más preocupado en minimizar las penas de los decapitados que en mostrarse indignado por el papelón.

A esto se agregaron situaciones inverosímiles que, sean o no responsabilidad directa del presidente, terminaron dejándolo como la cabeza de una administración que es cómplice o a la que le toman el pelo.

La fuga del narco a plena luz del día y en las narices de la Policía, el nombramiento de su amigo Rodolfo Friedmann en Agricultura y Ganadería, en medio de la peor crisis agroganadera del último lustro y, finalmente, el anuncio presidencial en redes sociales del posible ensamblaje de autos deportivos italianos eléctricos en Paraguay.

Esto último alcanzó un nuevo récord en materia de memes. El supuesto representante de la firma romana no lo era, resultó ser un mexicano devenido granjero pilarense, según su cédula de identidad. Hasta ahora nadie sabe explicar cómo llegó hasta el Palacio. Lo único cierto es que el hecho terminó por convertir al presidente en el blanco de las burlas, en inspiración para la chanza, lo que parece una dolorosa tradición familiar para los Abdo.

Es grave. En un país que hace culto de los liderazgos fuertes, y, en especial en un partido donde la jauría se come a dentelladas al macho alfa ante la menor muestra de debilidad, convertirse en bufón es un pase seguro al fracaso. Los operadores políticos toleran sin empacho y a menudo alientan a un caudillo corrupto, y se sienten como en casa con uno autoritario, pero no tienen el menor respeto por un líder débil, y no hay mayor muestra de debilidad en ese campo que ser objeto de mofa.

Marito debe dejar de ser Marito, necesita convertirse en el presidente Abdo; y para ello tiene que dar muestras claras de que ejerce el poder castigando ejemplarmente los errores, las traiciones y la corrupción.

Ya no tiene saldo. Se decide a gobernar o se resigna a repetir la tradición de los chistes, esta vez en versión milenial.

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