19 abr. 2024

El caso Ibáñez y nuestra política al desnudo

Por Gustavo A. Olmedo B.

El caso de corrupción que involucra al diputado colorado José María Ibáñez en el publicitado escándalo de los caseros de oro, así como el rechazo en sesión de la víspera de la pérdida de su investidura son simples muestras del avanzado deterioro moral y ético que afecta a la mayoría de los parlamentarios.

En este caso, el diputado logró la contratación en la Cámara Baja de tres personas, quienes se desempeñaban como caseros de una quinta suya, pero cobraban como funcionarios del Congreso.

Cometió un robo al Estado paraguayo y no merece estar como representante del pueblo en el Parlamento. Esa es la verdad, y él lo sabe. Y junto con él muchos de sus colegas deberían irse también, pues es sabido que tienen prácticas similares, pero evitan que la prensa los descubra.

Peligrosamente se trata de vicios fuertemente incrustados en la metodología de trabajo de la política y los partidos. No es el bien común el que justifica y da sentido a la vida política, sino es el provecho personal, de los amigos, parientes y grupos partidarios.

Ya en el siglo XVI, el gran Tomás Moro, santo patrono de los políticos, decapitado en 1535 por ser fiel a sus principios, ideales y fe, afirmaba con que los dos vicios cortesanos que más le afligían eran el hambre ansiosa que ponían todos en enriquecerse y la petulante vanagloria de quienes le rodeaban. Algo de lo que contemplamos en nuestro cotidiano.

Y no es que uno crea que Ibáñez es el mismo “demonio” y los demás puros ángeles; seríamos ingenuos. Lo único que diferencia a este legislador de muchos de sus colegas es que su caso salió a la luz; nada más. No se trata de demonizar a una persona, pues muchos de los que hoy lo señalan con el dedo, dentro y fuera del Parlamento, tienen manchas similares o mayores; incluso de orden moral, esas que van más allá del uso indebido del dinero público y que apuntan a la mentira, traición, infidelidad, violencia doméstica, etc.

Aquí lo importante es dejar en claro que la ciudadanía ya no tolera estas prácticas y desea señales de cambios. Es importante dar ejemplo; dejar de decir “solo fueron 30 millones” lo robado. Nuestro país necesita urgentemente del saneamiento de su política y sus protagonistas con el ingreso de gente idónea, honesta y dispuesta a trabajar, capaz de mirar a la persona en su integridad, y responder sobre sus actos, con coraje y sinceridad; de apreciar más el progreso y bienestar de los paraguayos y sus familias que la propia ideología.

Volviendo a Tomás Moro, dicen que éste canciller inglés estaba convencido de que el único método para lograr un cambio profundo y duradero en la sociedad era el buen ejemplo, la presencia activa y coherente en la política y el prestigio profesional. Instaba a la gente de bien a ingresar a este campo, pues tenía claro que las decisiones que se toman al más alto nivel de la política fluyen al pueblo entero como el caudal “de todos los bienes y los males”.

La corrupción está instalada, pero vale reconocer que el problema no es económico ni financiero sino ético y antropológico. El reto sigue siendo el mismo: cómo encontrar personas que no censuren sus deseos de justicia, amor y verdad y abracen la política; que no vendan su dignidad ni pisoteen la ajena por un puñado de dólares. Educar en el presente teniendo este horizonte, aparentemente inalcanzable, es, también, sin dudas, el gran desafío para construir una política diferente en Paraguay.

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