19 abr. 2024

El buen corrupto

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Foto: Archivo Última Hora.

No es cierto que la gente vote irracionalmente. Quien hace uso de su derecho responde a su realidad, y la realidad de un número abrumadoramente alto de los votantes paraguayos raya la subsistencia. Son electores que no tienen razones para creer en soluciones colectivas. Nunca vieron que una política pública mejorara su calidad de vida. Las elecciones son, pues, la oportunidad de recibir algún beneficio minúsculo, pero real. Dinero en efectivo, cerveza, alguna camiseta con el rostro del candidato, la promesa de un cargo.

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Su voto es absolutamente lógico y previsible. Cuando da vía libre al mismo grupo político que ha saqueado las arcas públicas no está pensando en esa acción delictiva; corrupción es una palabra que le dice nada. Vota al que le ofrece algo tangible e inmediato como un par de billetes de cien mil guaraníes o la promesa de una salida real de su condición de pobreza con un salario del Estado.

Ese elector sabe que, entre la proposición general de mejorar la calidad de vida de su barrio, o de atraer inversiones y generar oportunidades de empleo, y un cargo en el aparato público y la posibilidad de hacer aún más dinero con cualquiera de las prácticas torcidas dentro del Estado, lo segundo es infinitamente más factible. Así, pues, su voto se ajusta a las reglas del juego establecidas por el modelo político que rige la vida del país y la suya.

No en balde, el ex presidente Horacio Cartes no tiene el menor empacho en defender públicamente la práctica abyecta y delictiva del tráfico de influencias. No se le mueve un músculo de la cara cuando confiesa que la gente se sigue afiliando a esa organización mafiosa en la que se convirtió su partido para conseguir beneficios del Estado. Es el padrino explicando y celebrando las leyes que rigen a la mafia política.

No debe sorprendernos, por lo tanto, que hoy una legión de electores haga la vista gorda a todas las pruebas abrumadoras que se han presentado sobre el latrocinio de quienes vuelven a presentar sus candidaturas. A ese elector le tiene sin cuidado la corrupción pública. Solo espera que el corrupto de turno sepa repartir algo del botín o le conceda la oportunidad de participar del saqueo. El sistema perverso que tanto entusiasma a Horacio Cartes ha vaciado de contenido el modelo democrático. Convirtió a la mayoría de los electores en cómplices.

El Partido Colorado es claramente el padre putativo de este monstruo, pero ha sido adoptado también en gran medida por el principal partido de oposición y trata de tío a varias de las nuevas organizaciones políticas. Pero no les restemos méritos a los verdaderos progenitores. El sistema es una construcción republicana, mal que les pese.

El modelo se mantiene porque es absolutamente funcional a los intereses de sus administradores, y crea la ilusión del beneficio en la gran mayoría de los votantes que lo sostienen. Los jefes del clan, como el tabacalero devenido en filósofo de medio pelo, lo usan para incluir entre sus propiedades instituciones enteras como el Ministerio Público, garantizando impunidad para sí y los suyos.

Por estas razones, la fotografía de la mansión que se construyó el jefe de gabinete del ex intendente de Asunción y candidato nuevamente al cargo, Óscar Nenecho Rodríguez, no es un golpe para su campaña. Es la prueba que necesitaban sus potenciales electores de que desde el Estado se puede abandonar la pobreza e incluso la clase media en menos de dos años. Ellos no quieren que su candidato deje de robar, solo que reparta. Ese es el buen corrupto.

Debemos seguir combatiendo la corrupción, pero hasta que el elector no crea que una administración honesta mejorará su calidad de vida, difícilmente cambiará el sentido torcido de su voto.

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