Ese mundo, desde finales de la Segunda Guerra Mundial pero muy especialmente desde la caída del muro de Berlín, se caracterizó por un imparable proceso de globalización liderado por los Estados Unidos, la indiscutible superpotencia económica, tecnológica y militar. Esta globalización comenzó con la creación de poderosos organismos multilaterales, como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, donde los Estados Unidos tenían una enorme influencia.
La idea central de la globalización era la apertura de los mercados nacionales al comercio internacional y a la inversión extranjera, lo que trajo como consecuencia el dominio de dicho comercio y de dicha inversión mundial por grandes empresas multinacionales… la mayoría de ellas norteamericanas. Está situación de un mundo unipolar comenzó a cambiar en este siglo XXI con el ascenso de China como una nueva potencia internacional, desafiando el liderazgo estadounidense, no solo en lo económico, sino también en lo tecnológico y en lo militar.
Esto, sumado al ascenso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, hizo que en el 2017 reapareciera en el mundo la cara fea del proteccionismo y del nacionalismo, que en parte fueron los responsables de la Segunda Guerra Mundial.
Hoy los países pequeños observamos atónitos cómo se intensifican las guerras comerciales entre las potencias económicas y cómo se incrementan las escaramuzas militares entre las potencias nucleares. Los liderazgos son cada vez más autoritarios y nacionalistas, como Trump en Estados Unidos, Xi Jinping en China, Putin en Rusia, Johnson en el Reino Unido y Erdogan en Turquía.
La situación no es mejor en nuestro vecindario, donde claramente nos encaminamos a un enfrentamiento o un distanciamiento entre los dos grandes países de nuestra América del Sur, el Brasil y la Argentina.
Desde el advenimiento de la democracia en la región casi siempre ambos países se encontraron sintonizados ideológicamente; en la década de los noventa tanto Cardoso como Menem tenían una visión compartida de privatizaciones y de libre mercado; en los primeros años de este siglo XXI, tanto Lula y Dilma como Néstor y Cristina compartieron una visión populista y antiimperialista; y en los últimos años, tanto Temer y Bolsonaro como Macri tenían en común una visión internacionalista e integrada al mundo.
Pero ahora, por primera vez en muchos años, los líderes que gobiernan el Brasil y la Argentina no solamente se encuentran en las antípodas en lo ideológico, sino lo que es peor, se tienen una clara enemistad personal.
En el 2014 en el Plan Nacional de Desarrollo Paraguay 2030 se definió como un eje estratégico fundamental la inserción de Paraguay en el mundo, en ese momento el mundo era globalizado y de libre comercio, pero hoy el mundo es de proteccionismo, de nacionalismo y de enfrentamiento. En este año 2020 necesitamos revisar y ampliar nuestro plan de desarrollo, para lo cual es imprescindible comprender claramente las amenazas y también las oportunidades de este mundo hostil.
El Paraguay, siendo un país pequeño debe ser rápido para cambiar en la medida que cambian los acontecimientos y debe evitar involucrarse en las disputas de los países grandes. Recordemos que en la ley de la selva el grande se come al chico, pero el rápido se escabulle del lento, y... definitivamente, el mundo actual es una selva.