Hace unos cuarenta años surgió la costumbre del aerobismo, con los estudios del doctor Kenneth Cooper.
Decía Cooper, y tenía razón, que el ejercicio es necesario para evitar enfermedades y retardar el envejecimiento de los músculos y articulaciones.
Ahora se practica el ejercicio mental, con argumentos parecidos (cambiando lo que se debe cambiar).
El cerebro también necesita ejercicio para mantenerse activo hasta una edad avanzada y evitarse problemas como la pérdida de memoria. Esta es una afirmación basada en una buena cantidad de investigaciones serias, que no hay motivo para cuestionar; tampoco es necesario tratar de comprenderlas en detalle siendo un lego en la materia.
Hablando del tema, quiero comentar el resultado de una investigación realizada por la Nueva Escuela de Investigación Social (Nueva York), publicada en El País (Madrid) el 3 de octubre pasado: “La alta literatura es gimnasia para el cerebro”.
El título es elocuente. La buena literatura permite tener una comprensión más amplia de los demás y de la realidad; esto, a su vez, puede facilitar la convivencia dentro de la sociedad.
Es una buena explicación de por qué se debe enseñar literatura en las escuelas y colegios; una asignatura que se tiende a considerar como innecesaria en un país en desarrollo. Por eso se les da mucha importancia a otras asignaturas, pero la literatura no se toma en serio, como tampoco otras asignaturas humanísticas; se supone que cada cual puede aprenderlas o no aprenderlas, dependiendo de la opción personal.
Esto me recuerda a las personas que tienen una pésima dieta, y que necesitan tomar vitaminas, minerales, remedios para bajar el colesterol, etcétera.
¿Por qué no evitar las deficiencias con una buena dieta?
¿Por qué no enseñar de una buena vez buena literatura? Porque la de segunda, la llamada ficción popular, no tiene los efectos positivos de la buena, según la investigación mencionada.
Lamentablemente, se supone a menudo que los niños deben iniciarse con fast food literarios, adaptaciones de libros que no les dicen nada a los indiferentes ni a los interesados en algo mejor.
Por cierto, no se puede comenzar con las tres mil páginas de A la búsqueda del tiempo perdido, que tampoco es la única opción.
Existen textos que están a la altura de la comprensión infantil, como los cuentos de Horacio Quiroga o los de Hans C. Andersen.
Me consta porque los he leído hace ya unas décadas. Hoy las adaptaciones se han convertido en un vicio que comienza en la escuela, sigue en la secundaria y no termina en la universidad.
Es deprimente ver tantos Quijotes en formato de folleto en diversos niveles de enseñanza.
Hay que quitarse de la cabeza la idea de que la buena literatura es una cuestión de clase, porque el pueblo prefiere la de nivel inferior.
La cultura es lo que permite superar las diferencias de clase; Eusebio Ayala y Abraham Lincoln fueron hijos de hogares humildes.
Ofrecer al público material de segunda es más bien el negocio de ciertas personas con intereses muy mezquinos. La literatura de masas no es literatura ni es popular.