Aquel día Jesús entra en Jericó y la recorre acompañado por la muchedumbre (cfr. Lc 19,1-10). El deseo de ver al Maestro lleva a Zaqueo a un gesto singular… «se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, porque iba a pasar por allí» (Lc 19,4).
«Cuando Jesús llegó al lugar, levantando la vista, le dijo: Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede en tu casa» (Lc 19,5). La mirada de Cristo penetró en el alma del publicano con fuerza. Además, ¡con cuánta ternura y familiaridad escuchó Zaqueo pronunciar su nombre! Feliz por el encuentro, «bajó rápido y lo recibió con alegría» (Lc 19,6).
Zaqueo tuvo posiblemente una resistencia interior a trepar a la higuera. (…) Se arriesgó y superó estos obstáculos «porque la atracción de Jesús era más fuerte» [2].
San Josemaría calificó su valiente actitud de «santa desvergüenza» y la comentaba así: «No faltan (a Zaqueo) ni las burlas de los chiquillos ni la carcajada en la boca de algunas personas mayores. Pero todo eso, ¿qué importa? ¿Qué importa, cuando se trata del servicio de Cristo, la opinión de las gentes, los respetos humanos? Cuando una falsa vergüenza trate de cohibirnos, sea siempre ésta nuestra consideración: Jesús y yo, Jesús y yo; lo demás, ¿qué nos importa? (...). Dame, Jesús mío, la santa desvergüenza (...). Concédeme, Dios mío, una entereza de acero para que haga lo que deba hacer» (3).
El jefe de publicanos hospedó en su casa al Señor y, así, abrió espacio para Dios en su vida. En pocos minutos la cercanía de Jesús comenzó a transformar su corazón.
«Ya que el corazón es de reducido tamaño –decía santa Catalina de Siena–, hay que hacer como Zaqueo, que no era grande, y se subió a un árbol para ver a Dios... Debemos hacer lo mismo si somos bajos, cuando tenemos el corazón estrecho y poca caridad: hay que subir sobre el árbol de la santa cruz, y allí veremos, tocaremos a Dios» (7).
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/article/meditaciones-martes-de-la-33-a-semana-del-tiempo-ordinario/).