22 jun. 2025

Despréndete de la codicia del querer tenerlo todo

Hoy meditamos el Evangelio según Marcos 12, 38-44.

El papa Francisco a propósito del Evangelio de hoy dijo: “El adjetivo griego ptochós (pobre) no solo tiene un significado material, sino que quiere decir ‘mendigo’. Está ligado al concepto judío de anawim, los ‘pobres de Yahvé’, que evoca humildad, conciencia de los propios límites, de la propia condición existencial de pobreza. Los anawim se fían del Señor, saben que dependen de Él.

[...] San Francisco de Asís comprendió muy bien el secreto de la Bienaventuranza de los pobres de espíritu. De hecho, cuando Jesús le habló en la persona del leproso y en el Crucifijo, reconoció la grandeza de Dios y su propia condición de humildad.

En la oración, el Poverello pasaba horas preguntando al Señor: ‘¿Quién eres tú? ¿Quién soy yo?’. Se despojó de una vida acomodada y despreocupada para desposarse con la ‘Señora Pobreza’, para imitar a Jesús y seguir el Evangelio al pie de la letra.

Francisco vivió inseparablemente la imitación de Cristo pobre y el amor a los pobres, como las dos caras de una misma moneda.

Ustedes me podrían preguntar: ¿Cómo podemos hacer que esta pobreza de espíritu se transforme en un estilo de vida, que se refleje concretamente en nuestra existencia? Les contesto con tres puntos.

1. Intenten ser libres en relación con las cosas: El Señor nos llama a un estilo de vida evangélico de sobriedad, a no dejarnos llevar por la cultura del consumo. Se trata de buscar lo esencial, de aprender a despojarse de tantas cosas superfluas que nos ahogan.

Desprendámonos de la codicia del tener, del dinero idolatrado y después derrochado. Pongamos a Jesús en primer lugar. Él nos puede liberar de las idolatrías que nos convierten en esclavos...

2. Conversión con relación a los pobres: Tenemos que preocuparnos de ellos, ser sensibles a sus necesidades espirituales y materiales.

A ustedes, jóvenes, les encomiendo en modo particular la tarea de volver a poner en el centro de la cultura humana la solidaridad.

Ante las viejas y nuevas formas de pobreza –el desempleo, la emigración, los diversos tipos de dependencias–, tenemos el deber de estar atentos y vigilantes, venciendo la tentación de la indiferencia.

Pensemos también en los que no se sienten amados, que no tienen esperanza en el futuro, que renuncian a comprometerse en la vida porque están desanimados, desilusionados, acobardados.

Tenemos que aprender a estar con los pobres. No nos llenemos la boca con hermosas palabras sobre los pobres. Acerquémonos a ellos, mirémosles a los ojos, escuchémosles.

Los pobres son para nosotros una ocasión concreta de encontrar al mismo Cristo, de tocar su carne que sufre.

3. Los pobres también pueden enseñarnos: Los pobres no solo son personas a las que les podemos dar algo. También ellos tienen algo que ofrecernos, que enseñarnos.

¡Tenemos tanto que aprender de la sabiduría de los pobres! Un santo del siglo XVIII, Benito José Labre, que dormía en las calles de Roma y vivía de las limosnas de la gente, se convirtió en consejero espiritual de muchas personas, entre las que figuraban nobles y prelados.

En cierto sentido, los pobres son para nosotros como maestros. Nos enseñan que una persona no es valiosa por lo que posee, por lo que tiene en su cuenta en el banco.

Un pobre, una persona que no tiene bienes materiales, mantiene siempre su dignidad. Los pobres pueden enseñarnos mucho, también sobre la humildad y la confianza en Dios.

En la parábola del fariseo y el publicano (cf. Lc 18,9-14), Jesús presenta a este último como modelo porque es humilde y se considera pecador. También la viuda que echa dos pequeñas monedas en el tesoro del templo es un ejemplo de la generosidad de quien, aun teniendo poco o nada, da todo”.