La desidia es sinónimo de negligencia (descuido en el deber) y pereza (vicio que aleja del trabajo, lentitud), es la madre de la miseria, según reza un refrán. Es un concepto que a menudo sirve para etiquetar situaciones como la que vivimos los vecinos y transeúntes de la avenida Primer Presidente, con los baches que están por causar un accidente serio en cualquier momento. Día tras día somos testigos de las frenadas, los enlentecimientos innecesarios, las caídas y desarreglos mecánicos por causa del mal estado de una avenida transitadísima.
Es un deber de nuestras autoridades municipales cuidar de este bien común que llamamos calle. Es su parte. Y reclamarle su parte es justo. ¿Por qué no actúan de oficio? ¿Por qué esa lentitud desamorada en el cumplimiento de su deber? La cuestión da para el análisis. Varios elementos suman.
Primero, si no te toca en lo personal, se vuelve algo ajeno, secundario, fuera del rango de lo que se consideran responsabilidades propias. En el discurso sensiblero previo a las elecciones y reaparecido en los actos oficiales, las autoridades prometen una cercanía que luego se esfuma.
El resto del tiempo cunde la indiferencia, la lejanía del pueblo. ¿Será que el intendente y los suyos no transitan por esta avenida y las otras calles de la ciudad que presentan la misma deplorable condición? ¿Y si un día les tocara caer en uno de estos pozos o causar un accidente?
Segundo, empatía no es hipocresía. No es quedar bien con todos “construyendo un discurso inclusivo”, un buenismo para las cámaras que no se compadece de lo que no aparece, empatía es en serio poder ubicarse en el lugar del otro y valorar profundamente la vida y la seguridad de los que transitan por las calles que se comprometieron a cuidar. Les haga caso la prensa o no, les felicite la gente o no. Es que sencillamente no se puede exponer así al peligro a las personas.
Deber es hacer lo que se tiene que hacer y en el momento oportuno. No es sinónimo de opresión o límites a nuestra libertad, sino todo lo contrario, cumplir el deber es cosa de gente muy libre. Aquí es donde uno se pregunta sobre el tipo de educación “humanista” que reciben nuestros jóvenes durante tantos años en el colegio. Ya son generaciones de chicos crecidos en un ambiente medianamente democrático y que hoy incluso detentan autoridad, pero que no desarrollan el sentido del deber. Hace rato que venimos advirtiendo que la ley, la norma, la exigencia contractual no es suficiente, es necesario incorporar desde niños el sentido del deber. Y a la hora de votar, deberíamos considerar ese factor: ¿cómo cumple el candidato sus deberes familiares, personales, profesionales, etcétera? Si no tiene un mínimo sentido del deber, no lo votemos.
Vicio es un mal hábito. Es algo reiterativamente desagradable y desesperanzador porque se repite una y otra vez ante nuestros ojos, el mal hacer, la falta de gusto por la realidad, el vai vai y el ñembotavy.
El vicio es la corrupción por goteo. Nañandejukapya'éi pero ñandejuka’asy. Si no se corrige, se encarna, se vuelve parte de la personalidad y envilece. La desidia es un vicio muy destructivo.
No es igual que en el caso del combate al dengue o el responsable embolsado de la basura, por ejemplo, donde cada familia tiene su parte, su deber, su responsabilidad y el Municipio ayuda, subsidia las iniciativas personales y comunitarias. En el caso del mantenimiento de las calles es el intendente el que nos debe dar muestra de diligencia, es la oportunidad de usar bien el dinero de todos, de administrar adecuadamente los recursos comunales, de invertir y conservar los bienes públicos como la gente se merece y necesita.
Se puede superar la desidia. No es fácil. Nada bueno lo es. Pero vale la pena sacudirse de la modorra, enfrentar la realidad y volver a empezar para bien. Es lo que falta en esta linda ciudad para dejar de matar de quebranto a sus habitantes.