Eso lo vemos de manera cotidiana todos los días. En los pequeños y grandes actos cuando irremediablemente el manto de la duda recubre las acciones y los gestos. Nunca partimos de la buena fe, de los propósitos nobles, sino de la desconfianza acerca de la verdadera intención de las acciones. Cuando vemos en otros países que el sistema tributario busca hacer que los recursos que consigue sirvan para una mejor educación o salud aquí solo vemos que engorda la adiposa burocracia local y así es lógico que nadie quiera pagar impuestos o que considere evadirlos... un acto de justicia. Si a eso le sumamos la notable incompetencia de la propia oficina recaudadora y los de justicia en sancionar de forma ejemplar a los delincuentes, es posible concluir como lo vimos esta semana como un humilde octogenario le “vendió” al Estado por valor superior a los 10 millones de dólares y nadie se dio cuenta. La pregunta es, ¿cómo tardaron tanto en darse cuenta?, ¿y cómo con tantos casos como estos la Fiscalía por incapacidad o complicidad no inicia acciones contra todos los involucrados? La respuesta es simple: Todos de alguna forma participan del hecho, por lo tanto no existe voluntad más allá del escándalo de ir contra los hechos delictivos.
El sistema tributario en su propósito final es un gran fracaso. Se roban más de dos mil millones de dólares cada año y a nadie se le mueve un pelo por tan monstruosa como parcial cifra. Es la que crea ricos de la noche a la mañana y los que sostienen el aparato político aceitado por las coimas, el peculado y el cohecho. Los de adentro lo saben al punto que solo cuando les faltan recursos deciden acometer contra algunos sin protección política para quedarse con un suculento porcentaje agregado a sus buenos salarios por haber hecho la tarea. Esta es solo una muestra de lo mal que funciona el sistema tributario en sus mecanismos operativos como en el propósito final de los tributos. Mientras esto no cambie, nada cambiará. En otros países el fisco estimula el buen uso promoviendo incentivos entre los pocos que tributan mucho para dirigir un porcentaje mínimo para fomentar la educación, la cultura o la sanidad. Millonarios recursos sirven para sostener universidades o centros de eventos artísticos y son solo algunas de las formas en que un sistema fiscal procura que el dinero de todos llegue en realidad a muchos y no sea solo una mascarada que permite que los negocios con los intermediarios siga gozando de buena salud.
El Estado gasta mal, no es un gran hallazgo sin duda, pero resulta lamentable que luego de más de 30 años de democracia el mecanismo delincuencial se mantenga con la misma visión patrimonialista del administrador de turno que no discrimina entre el dinero de todos o mío como en los tiempos de Stroessner. Los ingresos aduaneros que quedan por el camino, las mercaderías “en frío” o los maletines son simples y permanentes mecanismos de robo que siguen igual sin haberse cambiado absolutamente nada.
Intendentes reelectos como Nenecho no podrán gobernar en países serios donde los casos de evasión o robo son fuertemente sancionados por la sociedad. Aquí lo premian con más de 15 mil votos sobre el segundo. No nos importa porque no vemos que el Estado nos pertenezca y haga la tarea en beneficio de nosotros y no del crimen o delincuencia.
Hay que cambiar esta ecuación porque así cómo está ya parece ser el único mecanismo real que conocemos los paraguayos, al punto que creemos que es la única fórmula posible y lo peor: Nos acostumbramos y fortalecemos la desconfianza en su camino.
Benjamín Fernández Bogado – www.benjaminfernandezbogado.wordpress.com